En general, los hombres que realizan algo importante en la tierra son aquellos en quienes palpita una única pasión. Ya se trate de conquistar los polos, de obtener un premio Nobel o de combatir a un invasor, siempre se hallan hombres de acción prontos a sacrificarlo todo por un gran designio. Así era Pablo desde que Cristo lo había cautivado (comp. Jeremías 20:7). Sabía que estaba comprometido en la carrera cristiana y, como perfecto atleta, seguía esforzándose sin mirar atrás, pensando solo en el premio final (leer 2 Timoteo 4:7). Además, se ofrece para servirnos de entrenador y nos invita a seguirle en sus mismos pasos (v. 17). Como él, olvidemos las cosas que quedan atrás: nuestros éxitos, motivo de vanagloria; nuestros fracasos, causa de desaliento. En cambio, esforcémonos para alcanzar la meta, porque esa carrera con obstáculos no es, por cierto, un paseo. Es cosa seria, y lo que está en juego es muy importante.
Tener sus pensamientos en cosas terrenales, ¡qué inconsecuencia para aquel que tiene su “ciudadanía” en los cielos! (v. 20). ¿De qué hablan dos compatriotas que se encuentran en el extranjero? ¡De su país! Siempre tendremos un mismo sentir (v. 15) si, entre creyentes, hablamos de los gozos de la ciudad celestial.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"