Además de hombres de Dios como Timoteo y Epafrodito, quienes debían ser recibidos y tenidos en cuenta, también existían “malos obreros” de los que era necesario cuidarse. Predicaban esa religión de las obras que confía en la capacidad humana y se alimenta de la consideración de los hombres. Pero si alguien poseía títulos humanos que podía hacer valer, ese era precisamente Pablo, judío que pertenecía al círculo más elevado, sumamente respetuoso de la doctrina hebrea y celoso en cuanto a la ley… Él hizo una lista de todas esas ventajas como en un gran libro de contabilidad. Luego trazó debajo una línea y escribió: Pérdida. Así como basta que el sol se levante para hacer palidecer a todas las estrellas, un único nombre, el de Cristo glorificado, eclipsó desde entonces todas las pobres vanidades terrenales de su corazón; no solo las estimó sin valor, sino ruinosas. ¡Y no resulta un gran sacrificio renunciar a lo que es basura! Que el Señor nos enseñe a despojarnos con gozo –como Bartimeo que arrojó su capa– de todo aquello con lo cual todavía pretendemos hacernos una reputación y una justicia. A ese precio podremos “conocerle” y seguirle en su camino de renunciamiento, de sufrimientos, de muerte, pero también de resurrección (Mateo 16:21, 24).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"