A esta epístola se la ha llamado el libro de la experiencia cristiana, la cual se resume en cuatro palabras: Cristo me es suficiente. Él es mi vida (cap. 1), mi modelo (cap. 2), mi meta (cap. 3), mi fuerza y mi gozo (cap. 4). Aquí Pablo no habla como apóstol ni como maestro, sino como un “siervo de Jesucristo”. ¿Cómo podría hacer valer un título más elevado que el que su Señor tomó? (cap. 2:7). Desde el fondo de la cárcel de Roma, Pablo escribe a sus amados filipenses, de los cuales conocemos a Lidia y al carcelero (Hechos 16). Su “entrañable amor” por ellos (v. 8) se traduce en oraciones. Nótese el eslabonamiento de las peticiones: amor, verdadero conocimiento, discernimiento espiritual, andar puro y recto y fruto que permanece (v. 9-11).
Luego los tranquiliza en cuanto a su encarcelamiento. Ese golpe que el enemigo pensaba asestar al Evangelio había contribuido a su progreso. La abierta oposición, calculada para desalentar a los testigos del Señor, generalmente tiene el efecto contrario: animarlos.
¿Cuál es la actitud del apóstol al enterarse de que, a veces, el Evangelio era anunciado en condiciones muy discutibles? No manifestó ninguna impaciencia ni crítica, como tampoco el deseo de asociarse a ello. Solo expresó un sincero gozo al ver que la obra de Dios se efectuaba, cualesquiera fueran los instrumentos.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"