Esta nueva oración del apóstol está dirigida al “Padre de nuestro Señor Jesucristo” (v. 14; comp. cap. 1:16-17). Que “Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos” (v. 20) cumpla el deseo del apóstol respecto a cada uno de nosotros. Que nos otorgue comprender algo de su gloria, la cual es insondable y eterna. Pero, por maravillosas e infinitas que sean las perspectivas de esa gloria, no fijan ni retienen nuestros afectos. Por eso el apóstol agrega: “Y (de) conocer el amor de Cristo” (v. 19). Supongamos que de repente yo sea transportado a la corte de un soberano; sin duda quedaré deslumbrado y me sentiré desorientado. Pero si allí encuentro a mi mejor amigo y veo que él es el personaje principal de esa corte, pronto me sentiré feliz y a gusto. Lo mismo ocurre con la gloria: es la de Jesús, a quien amamos.
Al igual que el apóstol, pidamos que su Espíritu fortalezca nuestro “hombre interior”. Si Cristo habita en nosotros (v. 17), “toda la plenitud de Dios” nos llenará (v. 19; Colosenses 2:9-10), y con ella el poder, el amor, la fe y el entendimiento. Queridos amigos, el Padre nos ha preparado lugar en su casa (cap. 1 y 2). ¿Hemos dado lugar a Jesús en nuestro corazón?
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"