A la inversa de lo que pensaba Elías, el lenguaje que Dios quería hacer oír a Israel en ese momento no era el del juicio.
Jehová no estaba en el viento, ni en el terremoto, ni en el fuego. La voz “con potencia”, “con gloria” y temible del Salmo 29:3-9 calla para dar lugar a la dulce y sutil voz de la gracia. Aún hoy, para el mundo, no es tiempo de juicio, sino de la gracia que perdona al pecador. Dios puede despertar a los hombres mediante pruebas de su poder, pero solo la tierna voz de la gracia es capaz de tocar los corazones. Mas, para recibirla, es necesario sentir su propia indignidad.
Porque no supo comprender este lenguaje, Elías debe ser puesto a un lado para dar lugar a Eliseo. De parte de Jehová, él sabrá hacer escuchar al pueblo Su voz de amor.
Finalmente, Dios enseña a Elías otra lección. Había subido a la montaña pensando que él era el único fiel. Pero desciende de ella enterado de que él es solamente uno de los siete mil hombres que Dios se ha reservado en Israel. Aunque él mismo no supo descubrirlos, Dios, en cambio, conoce a cada uno de ellos (véase 2 Timoteo 2:19).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"