Es triste no encontrar en Acab algún sentimiento de gratitud por la doble victoria que Jehová le otorgó. ¡Por desgracia, la mayoría de los hombres son así! La gracia de Dios los deja insensibles. Al menospreciarla, ultrajan a Dios y causan su propia desdicha. Por nosotros, Cristo venció a un enemigo infinitamente más poderoso y cruel que Ben-adad y sus ejércitos. ¿Le agradecemos por esta gloriosa liberación?
No solo vemos que Acab no se vuelve a Jehová, sino también que da prueba de una culpable indulgencia al perdonar la vida al enemigo de Dios y de su pueblo. ¡Peor aún, lo llama su hermano! Dios interviene y le envía otro profeta, pero esta vez la voz de la gracia da lugar a la del juicio.
Como Acab, solemos olvidar que el mundo es enemigo de Dios y de su pueblo. Ahora bien, la humanidad se divide en dos familias: la de Dios y la del diablo (Juan 8:41-44). No se las puede confundir. Si tenemos la dicha de formar parte de la gran familia de Dios, nuestros hermanos son todos los hijos de Dios, solo ellos, y no los del mundo.