¿Quién podría reconocer al brillante testigo del capítulo anterior en ese hombre desalentado que huye ante las amenazas de una mujer? Dios no nos da este relato para que juzguemos a su querido siervo, sino para nuestra instrucción: aun el hombre más notable falla totalmente cuando se confía en sus propios recursos (léase Proverbios 29:25). A Elías solo le queda la desesperanza. No obstante, veamos cómo Dios cuida de él. Es un precioso pensamiento saber que aun cuando se nos ocurre estar abatidos o irritados, su bondad no deja de ejercitarse para con nosotros.
El espíritu legalista de Elías lo lleva a Horeb (parte del macizo de Sinaí), lugar en que la ley había sido dada. “¿Qué haces aquí, Elías?”, le pregunta Jehová. Seria pregunta para aquel que había abandonado al pueblo. Pero la respuesta del profeta no hace más que revelar su falsa posición. ¡Él está allí para acusar! En cambio Moisés, en ese mismo lugar, había intercedido por el pueblo (Éxodo 32:11). Elías “invoca a Dios contra Israel”, como Romanos 11:2 lo recuerda tristemente.
Acordémonos bien de esto: acusar es hacer la obra de Satanás (Apocalipsis 12:10). Interceder, al contrario, es obrar como el Señor Jesús (Romanos 8:34).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"