Al ser desafiados, los profetas de Baal multiplican en vano sus encantamientos y sus frenéticas danzas. Su dios sigue sordo. ¡Y con razón! (Salmo 115:4-7). Entonces Elías inicia sus preparativos con una calma y una autoridad que contrastan con la excitación precedente. Edifica un altar con doce piedras, “conforme al número de las tribus”, afirmando así la unidad del pueblo. Pese a la triste división en dos reinos, a los ojos de Dios Israel siempre será un solo pueblo. Hoy en día acontece lo mismo con la Iglesia del Señor. Por más que esté dividida en múltiples denominaciones, Dios reconoce solo una Iglesia, compuesta por todos los creyentes. Así es como debemos verla nosotros también.
Cuando todo está dispuesto para el holocausto, Elías se dirige a Dios:
Respóndeme, Jehová, respóndeme, para que conozca este pueblo que tú, oh Jehová, eres el Dios, y que tú vuelves a ti el corazón de ellos (v. 37).
Dios contesta a su siervo, no solo enviando el fuego, sino volviendo el corazón del pueblo hacia Él.
Acab asiste a esta escena, seguida por la muerte de sus profetas, y no parece interesarse sino en comer y beber, mientras que, por su lado, el varón de Dios ora de nuevo… “y el cielo dio lluvia” (Santiago 5:18).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"