Ben-adad no tiene en cuenta a Jehová. Mientras se embriaga con los treinta y dos reyes que le ayudan, se ejecuta el plan divino.
Uno puede preguntarse por qué Jehová socorre al malvado Acab, sin que este siquiera se haya dirigido a Él. Pero, ¿no es precisamente la dulce y sutil voz de la gracia, cuyas virtudes Dios aún quiere probar? Al liberar a Acab y a su pueblo, se propone mostrarles que él sigue siendo el Dios de Israel, aunque ellos no le busquen. Quiere demostrar a los sirios que él no es un dios de los montes, ni un dios de la llanura, sino el
Señor del cielo y de la tierra
(Hechos 17:24).
Notemos, además, dos detalles importantes en el versículo 27: antes de ir al combate, los hijos de Israel se abastecen. No podemos afrontar a nuestros adversarios sin hacer primero nuestras diarias provisiones en las páginas de la Palabra. Además, el pequeño ejército de Israel debe reconocer que no tiene fuerza, que es menospreciable a los ojos de sus enemigos, “como dos rebañuelos de cabras”, frente a la multitud que llena el país. Dios siempre obrará de tal manera que sus liberaciones le sean atribuidas y le glorifiquen. Su poder se perfecciona en nuestra “debilidad” (2 Corintios 12:9).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"