2 Samuel 18:19-33
En el capítulo precedente, Ahimaas había corrido por obediencia y su servicio había sido eficaz. Aquí, su propia voluntad parece estar en juego: “Yo correré”, declara él (v. 23). Y en consecuencia, su hazaña será inútil, arrastrándole hasta la simulación. Así ocurre, no solo con nuestras buenas piernas, si las tenemos, sino con todas nuestras facultades; son útiles o no lo son, según nuestra sumisión al Señor Jesús.
La victoria que se acaba de obtener no regocija el corazón de David. Qué le importa el trono o la vida misma; Absalón ha muerto, y la dolorosa noticia traspasa el corazón del pobre padre que siente su parte de responsabilidad en los acontecimientos que acaban de desarrollarse. “¡Hijo mío, Absalón, hijo mío!” Aquí tenemos uno de los gritos más terribles de toda la Escritura, apto para hacer estremecer a todos los padres cristianos. Grito sin eco, sin esperanza, que expresa la horrible certeza de una separación definitiva y eterna. ¡Muy diferente fue la muerte del hijo de Betsabé! David, en lugar de afligirse, había declarado: “Yo voy a él…”, con la convicción de volverle a ver en la resurrección (cap. 12:23). Pero para Absalón, como para Judas, bueno le fuera no haber nacido (Mateo 26:24).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"