Ahora va a empezar la batalla. Y ¡se trata nuevamente de una guerra civil! El pobre rey se halla en una trágica situación: ¿puede desear la victoria cuando esta significa la derrota y la posible muerte de su hijo, a quien no ha dejado de amar?
Lo que el hombre sembrare, eso también segará
(Gálatas 6:7).
La hora de esa solemne «cosecha» ha sonado para el miserable Absalón. A él se aplica esta espantosa declaración: “El ojo que escarnece a su padre y menosprecia la enseñanza de la madre, los cuervos de la cañada lo saquen, y lo devoren los hijos del águila” (Proverbios 30:17). La hermosa cabellera de que se vanagloriaba Absalón viene a ser el medio de su muerte. Y el cruel Joab es el instrumento por el cual se cumple el juicio de Dios. Pero, de ninguna manera esto lo disculpa. Pese a las órdenes del rey, no teme cometer fríamente este homicidio.
Al erigir una columna en su honor, Absalón no había previsto que otro monumento sería levantado para su vergüenza: un montón de piedras sobre el hoyo en que sería echado su cadáver (como para Acán, Josué 7:26), montón sobre el cual cada uno vendrá a arrojar su piedra en señal de menosprecio y condenación.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"