El don de lenguas no fue otorgado para edificar a la Iglesia, ni para evangelizar, sino para convencer a los judíos incrédulos de que Dios ofrecía la gracia a las naciones (v. 21-22), hecho que hoy en día ya no es necesario demostrar. La palabra clave de este capítulo es la edificación; es la prueba a la cual debe someterse toda acción. Lo que me propongo decir o hacer, ¿es realmente para el bien de mis hermanos? (Efesios 4:29). Además, si tengo en cuenta su provecho, siempre hallaré una bendición para mí mismo. Por el contrario, si pienso en mi interés o mi gloria, finalmente resultará una pérdida para los demás y para mí (véase 1 Corintios 3:15).
Dos condiciones más rigen la vida de la Iglesia: la decencia y el orden (v. 40). Son los dos diques entre los cuales debe ser encauzada la corriente del Espíritu. Imponen reglas prácticas relativas al sentido común (v. 26-33) o al orden divino (v. 34-35). El apóstol no quería que los corintios fuesen ignorantes (cap. 12:1). Sin embargo, si alguien descuida su instrucción en lo tocante a la Iglesia, ¡que permanezca ignorante (v. 38)! Dios es un Dios de paz (v. 33) y quiere que la Iglesia, respondiendo a sus propios caracteres, sea el lugar al que pueda traer a los inconversos, quienes reconocerán allí Su presencia (v. 24-25).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"