El Señor
Después de mostrarnos la humillación de Cristo Jesús, Filipenses 2:9-11 nos presenta su exaltación: “Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla… y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre”.
Su condición de Señor deberá ser admitida por los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra. Entre tanto, resulta provechoso considerar cómo es presentado cual Señor en el Nuevo Testamento.
El Señor en los evangelios
Antes de la resurrección, es bastante raro que se le llame Señor. Veamos algunos versículos del Evangelio de Lucas en los cuales se le nombra con este título.
Jesús, acompañado por varios discípulos y una gran multitud, se acerca a Naín (cap. 7:11). Al mismo tiempo sale de la ciudad un cortejo considerable que acompaña a una viuda cuyo único hijo va a ser enterrado. “Cuando el Señor la vio, se compadeció de ella, y le dijo: No llores… Y dijo: Joven, a ti te digo, levántate… Y lo dio a su madre”. En estos versículos vemos toda la humanidad de Jesús, compasivo, lleno de simpatía por la inmensa pena de la viuda. ¿Por qué no decir, entonces, que Jesús se compadeció? – Va a desplegar todo su poder divino al resucitar al joven; es el Señor quien lo hace. Luego, “lo dio a su madre”, así como más tarde “devolvió a su padre” el hijo liberado del demonio (cap. 9:42).
Setenta discípulos son designados para ir de dos en dos a anunciar el Evangelio. ¿Quién los elige? No Jesús, sino “el Señor” (cap. 10:1). Está muy claro que solo él puede enviar al siervo, y que este solo responde ante él (véase Romanos 14:4).
Cuando reprende a los fariseos por su hipocresía y su dureza, y pronuncia varias veces sobre ellos y los que se les asemejan: “¡Ay de vosotros…!”, no es Jesús, sino “el Señor”, quien lo hace (Lucas 11:39-47).
El diablo ha pedido poder zarandear a los discípulos como a trigo. Hay que advertir a Pedro. “El Señor” mismo ora por él, le restaurará y le concederá incluso el poder confirmar a sus hermanos. Cuando Pedro le niega por tercera vez, no es Jesús quien sostiene su fe desfalleciente, sino que “vuelto el Señor, miró a Pedro; y Pedro se acordó de la palabra del Señor” (cap. 22:61).
Después de la resurrección, se le llama a menudo “Señor”. Los once discípulos reciben a los dos de Emaús diciendo: “Ha resucitado el Señor verdaderamente” (cap. 24:34). Cuando María Magdalena trae a los dos discípulos el mensaje que Jesús le ha confiado, antes de darlo, les anuncia “que había visto al Señor” (Juan 20:18). Cuando Jesús mismo se halla en medio de ellos, “los discípulos se regocijaron viendo al Señor” (v. 20).
Poco tiempo después, siete discípulos van a pescar. Después de toda una noche sin coger nada, ven al amanecer a Jesús en la orilla; cuando Juan le reconoce, no le dice a Pedro: «¡Es Jesús!»; sino: “¡Es el Señor!” (cap. 21:7).
El evangelio del Siervo perfecto termina diciendo: “El Señor, después que les habló, fue recibido arriba en el cielo… y ellos… predicaron en todas partes, ayudándoles el Señor” (Marcos 16:19-20).
En los hechos y en las epístolas
Su título de Señor es destacado. Cuando Esteban es apedreado, pide al Señor Jesús que reciba su espíritu. El Señor ordena a Ananías que vaya e imponga las manos a Pablo. Cuando ese fiel discípulo lleva a cabo esta misión, dice: “Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino…” (Hechos 7:59; 9:11-17).
Bernabé va a Antioquía, donde los discípulos habían anunciado “el evangelio del Señor Jesús. Y la mano del Señor estaba con ellos”. “Exhortó a todos a que con propósito de corazón permaneciesen fieles al Señor” (Hechos 11:20-21, 23).
Se podrían citar otros muchos pasajes. 1 Corintios 12:3 nos da la clave: “Nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo”. Se hablará de Cristo, de Jesús de Nazaret, de Jesucristo, pero, para decir “Señor Jesús” con sinceridad, ¿no es imprescindible haberle recibido como Salvador y Señor en el corazón y llevar una vida digna de él?
Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia (Efesios 1:22)
El salmista pudo decir, y podemos aplicárnoslo a nosotros mismos: “Oye, hija, y mira, e inclina tu oído; olvida tu pueblo, y la casa de tu padre; y deseará el rey tu hermosura; e inclínate a él, porque él es tu señor” (Salmo 45:10-11). Rendirle culto ¿no es la primera invitación dirigida a la que él ama?
Y en el centro de nuestro culto, ¿no se halla la Cena del Señor? En 1 Corintios 11:20-32 aparece siete veces la expresión “Señor”. Las enseñanzas de Pablo a ese respecto vienen del Señor. El Señor Jesús la instituyó “la noche que fue entregado”. Cada vez que se come el pan y se toma la copa se anuncia la muerte del Señor hasta que él vuelva. Si se participa indignamente, se es culpable “del cuerpo y de la sangre del Señor”. Si uno no se prueba a sí mismo, “el Señor” le castigará. El apóstol habla al corazón al recordar “la noche que fue entregado”, y su profundo deseo: “Haced esto en memoria de mí” (Lucas 22:15-19). ¿Responderemos con el cántico: “Tu nombre y tu memoria son el deseo de nuestra alma” (Isaías 26:8)?
El apóstol subraya también toda la reverencia que conlleva la participación en la Cena del Señor: “Todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga” (1 Corintios 11:26). Ni la costumbre, ni las distracciones, ni las preocupaciones deben hacernos olvidar, en cada ocasión que participemos de la Cena, que lo que anunciamos es la muerte del Señor. El Señor en persona, y no los ángeles, vendrá a llevar consigo a sus redimidos. En los tres versículos de 1 Tesalonicenses 4:15-17, cinco veces seguidas se nos habla del Señor; él mismo bajará del cielo para llevar a cabo la resurrección de los muertos en Cristo y la transformación de los vivos, de manera que sean arrebatados juntos al encuentro del Señor en el aire para estar siempre con él.
Antes de terminar el Santo Libro, nos repite su promesa: “Ciertamente vengo en breve” (Apocalipsis 22:20).
El rey de los judíos
Para la Iglesia, la Esposa, Él es el Señor. Para Israel, Él es el Rey. Es conveniente no confundir los dos títulos, ni en nuestros cánticos, ni en nuestras oraciones.
La primera pregunta del Antiguo Testamento, dirigida a Adán, quien se escondía después de la caída: “¿Dónde estás tú?” (Génesis 3:9) tenía por objeto mostrarle que se había alejado de Dios al actuar de aquella manera. La primera pregunta del Nuevo Testamento: “¿Dónde está el rey de los judíos?” (Mateo 2:2), pone en evidencia la humillación del que, como un niñito, venía a estar entre su pueblo con profunda humildad.
Uno de los discípulos a quienes llamará, Natanael, responderá a su llamada: “Tú eres el Rey de Israel” (Juan 1:49). El profeta Zacarías había anunciado: “Decid a la hija de Sion: He aquí, tu Rey viene a ti… sobre un pollino” (Mateo 21:5). Al final de su vida, por unas horas, es reconocido como tal; se le aclama: “¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!” (v. 9). Pero es rechazado muy pronto.
Arrestado y conducido delante de Pilato, da testimonio delante de él de “la buena profesión” (1 Timoteo 6:13): “Tú dices que yo soy rey” (Juan 18:37). Pilato, con la intención de dejarle ir libre, lo presenta a los judíos: “¿Queréis, pues, que os suelte al Rey de los judíos?” (v. 39). Pero sus voces prevalecen: “¡Crucifícale! ¡Crucifícale!” Y, sobre la cruz, en el rótulo de su acusación se escribió: “JESÚS NAZARENO, REY DE LOS JUDÍOS” (cap. 19:19).
No obstante, ha de venir el día en que reinará sobre su pueblo, tal como lo anuncia el profeta: “He aquí que para justicia reinará un rey”, concediendo todas las bendiciones que se relacionarán con su reino (Isaías 32:1).
Rey de reyes y Señor de señores
La imagen del sueño de Nabucodonosor representaba los cuatro imperios de las naciones. Bastó “una piedra” para desmenuzarla. Entonces, dominio, gloria y reino son dados al “hijo de hombre”, y “su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido” (Daniel 2:44-45; 7:13-14).
Algún día, el Varón de dolores que llevó la corona de espinas vendrá del cielo coronado con varias diademas, llevando escrito, entre otros, un nombre: “REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES” (Apocalipsis 19:11-16). Será rey y sacerdote (Salmo 110); estable cera su reino de justicia y paz: “Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies” (1 Corintios 15:25). “El misterio de su voluntad” (la de Dios) se cumple: todas las cosas son reunidas en Cristo como cabeza, “así las que están en los cielos, como las que están en la tierra” (Efesios 1:9-10). Es constituido “heredero de todo” (Hebreos 1:2).
Mi Señor
María Magdalena lloraba por la desaparición de su Señor (Juan 20:13). Cuando por fin, Tomás cree que ha resucitado, dice: “¡Señor mío, y Dios mío!” (Juan 20:28). Pablo habla de “la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor” (Filipenses 3:8).
Conocerle como Salvador da la paz con Dios, pero nos obliga en la práctica a decirle “Señor mío”, y a obedecerle en todo.
En 1 Corintios 6:13, el cuerpo es “para el Señor”; es templo del Espíritu Santo, y no debe ser profanado. Debemos estar muy agradecidos de que a continuación se nos diga: “Y el Señor para el cuerpo”, ya que es necesario todo su poder para guardarnos.
Día a día, ya que somos “luz en el Señor” y se nos exhorta a andar “como hijos de luz”, es necesario “comprobar lo que es agradable al Señor” (Efesios 5:8 y 10); se trata de un aprendizaje permanente en cada opción y alternativa que se nos presenta. Se trata de entender “cuál será la voluntad del Señor” (v. 17). El matrimonio, la decisión más importante de la vida, después de la conversión, es esencial que solo se lleve a cabo “en el Señor” (1 Corintios 7:39). ¿Cómo puede unirse un creyente a un incrédulo, o incluso con alguien que no podrá caminar a su lado en la misma comunión práctica diaria, ni colectivamente cuando se reúna con los suyos?
En cuanto al servicio, la Palabra nos dice: “Sirviendo de buena voluntad, como al Señor” (Efesios 6:7); el apóstol nos dio ejemplo de ello: “Sirviendo al Señor con toda humildad” (Hechos 20:19).
Pablo sabía que llegaba el momento de partir. ¿Cuál es el centro de sus pensamientos? “Me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo… Alejandro el calderero me ha causado muchos males; el Señor le pague conforme a sus hechos… En mi primera defensa ninguno estuvo a mi lado… Pero el Señor estuvo a mi lado… Y el Señor me librará… A él sea gloria…” (2 Timoteo 4:8, 14-18). En su prisión de dolor, solo queda una persona ante los ojos del anciano apóstol: el Señor mismo.