El hogar cristiano

La familia y su cabeza

Hemos considerado la relación de esposo y esposa, de modo que llegamos ahora al círculo de la familia. Las Escrituras abundan en cuadros de la vida familiar para nuestro ejemplo e instrucción, y también para nuestra advertencia y amonestación. La vida de la familia precede a la vida nacional, y es notable ver que una gran parte del libro del Génesis se dedica al relato de la vida de una familia puesta aparte del mundo como un testimonio para el Dios vivo y verdadero frente a la corruptora influencia de la idolatría. En los días de decadencia y alejamiento general de Dios que se observan en todos los períodos, hallamos familias fieles que se mantuvieron firmes para Dios. En medio de las tinieblas, la verdadera vida familiar resplandece en su hermosura y así es enfatizada su importancia. Las familias de Noé, Abraham, Josué, Rut, Ana, Zacarías y Loida, la abuela de Timoteo, son algunos ejemplos.

El encargo de Génesis 1

Debería ser el propósito y feliz esperanza de cada pareja de casados tener una familia y criar hijos para el Señor, si a Él le agrada concedérselos. Normalmente, un hogar no está completo sin hijos y sin los goces que ellos proporcionan. El bendito encargo que Dios confió a la primera pareja, Adán y Eva, es aún el que Dios da hoy a los esposos que estén en el umbral del matrimonio.

Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra
(Génesis 1:28).

Tal es el propósito divino para el hombre y su esposa en la sagrada y santa relación de ellos, como lo dice 1 Timoteo 5:14: “Quiero pues, que las viudas jóvenes se casen, críen hijos…”.

Como alguien expresó claramente: «Todo matrimonio contraído con el deliberado propósito de evitar tener hijos y formar una familia, cuando las condiciones físicas no lo justifican, no sería según el propósito expuesto en Génesis 1:28». Actualmente el proceder del mundo en este sagrado asunto de ningún modo es conforme al pensamiento de Dios, expresado en su Palabra. El amor al ocio y al placer inducen a esquivar las responsabilidades que impone la vida de familia, y la falta de temor a Dios acarrea muchos pecados.

El cristiano no debe ser arrastrado por la corriente de los pensamientos, opiniones o ideas del mundo acerca de lo recto y justo, sino ordenar su vida en cada detalle en armonía con los preceptos y principios de la Palabra de Dios y andar diariamente en el temor de Dios, “que es el principio de la sabiduría” (Proverbios 1:7). Debemos dejar al Señor intervenir en nuestra vida de familia y darle su justo lugar como Creador de la vida. Hacer lo contrario sería negarle sus derechos como creador.

El Salmo 127:3 nos dice: “Herencia de Jehová son los hijos”, y Proverbios 17:6 añade: “Corona de los viejos son los nietos”. Los hijos son una dádiva de Dios y deben ser aceptados con agradecimiento como tales y criados para Él, quien los ha dado.

Mientras tratamos este tema, sería oportuno decir unas palabras sobre la otra cara de la cuestión. El matrimonio, –y en particular el matrimonio cristiano– no da ninguna libertad para la incontinencia. En la relación marital, mutuo amor, consideración y dominio propio siempre deberían gobernar el ejercicio de los poderes sexuales conferidos por Dios. En esto, como en todo lo demás, el cristiano debe regirse por un justo juicio y cuidarse de todo abuso que redunde en perjuicio del alma y el cuerpo de cada uno. El exceso en esto es posible, así como en todo lo demás. La pasión y la concupiscencia no han de regir. De otro modo el fruto del Espíritu –la “templanza” o “continencia”– no puede ser practicada, y por ello el Espíritu que mora en nosotros, el Espíritu Santo, es contristado, y la vida, el crecimiento y la actividad espirituales son reprimidos.

Alguien dijo muy bien: «La única restricción que cabe imponer al crecimiento de la población, aceptada por Dios y por la Biblia, es la continencia». La continencia o templanza debe regir al cristiano en todas las cosas. La Palabra dice en 1 Corintios 9:25: “En todo ejercita propio dominio” (Nuevo Testamento Interlineal Griego-Español, F. Lacueva).

“Tú y tu casa”

Al considerar el tema de la familia es bueno señalar que Dios ha dispuesto que el esposo y padre sea la cabeza de la familia, así como la cabeza de la esposa, y que un hombre y su casa están vinculados. Varias partes de la Escritura revelan el hecho bendito de que Dios asocia la casa de un hombre al mismo. Éste es un privilegio, pero también una solemne responsabilidad. “Tú y tu casa” es el orden en toda la Escritura. Cuando Dios iba a destruir un mundo malo y violento por medio del diluvio, dijo a Noé: “Entra tú y toda tu casa en el arca; porque a ti he visto justo delante de mí en esta generación” (Génesis 7:1). Y cuando Dios se disponía a revelar a Abraham sus consejos secretos, dijo que sabía que Abraham mandaría “a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová” (Génesis 18:17-19).

Así también cuando Jacob recibió mandato de Dios para que se levantase y fuese a Betel, nunca pensó en desvincularse de su familia; por el contrario se dice:

Jacob dijo a su familia y a todos los que con él estaban: Quitad los dioses ajenos que hay entre vosotros, y limpiaos, y mudad vuestros vestidos. Y levantémonos, y subamos a Betel
(Génesis 35:1-3).

El mismo principio se halla en Éxodo 10:8, 9. Cuando Faraón urgió a Moisés y Aarón a dejar a sus niños en Egipto mientras ellos fueran al desierto a celebrar fiesta a Jehová, Moisés respondió: “Hemos de ir con nuestros niños y con nuestros viejos, con nuestros hijos y con nuestras hijas”. De Josué oímos la misma verdad en sus nobles palabras: “Pero yo y mi casa serviremos a Jehová” (Josué 24:15). Las palabras de Jehová en 1 Samuel 3:11-13 demuestran también que Dios hizo responsable a Elí por el mal de su casa y lo identificó con su familia.

Una breve ojeada al Nuevo Testamento nos hace observar el mismo orden. La palabra dirigida a Zaqueo fue: “Hoy ha venido la salvación a esta casa” (Lucas 19:9). A Cornelio le fue dicho: Pedro “te hablará palabras por las cuales serás salvo tú, y toda tu casa” (Hechos 11:14). Así también en el relato concerniente al carcelero de Filipos, el mismo vínculo está expresado en estas palabras: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa” (Hechos 16:31).

Privilegio y responsabilidad

El principio implícito en la expresión “tú y tu casa” es sin duda una gran bendición y privilegio. Si aquel que es la cabeza de la casa es salvo y hecho un hijo de Dios, objeto de la bendición y del favor de Dios, entonces toda su casa, por virtud de la conexión con él, es traída con él a una posición de asombroso privilegio. Aunque ellos no estén en la misma relación con Dios que el padre salvado, serán introducidos en esta bendita posición (véase también 1 Corintios 7:14). Y como los propósitos y deseos de Dios son que toda la casa del creyente sea salva, el padre cristiano puede contar con Dios para la salvación de los que la componen. Éste es un gran consuelo.

Por otra parte, una grave responsabilidad está envuelta en la idea de “tú y tu casa”. Si yo pertenezco a Dios, mi casa pertenece también a Dios, ya que ella es parte de mí mismo. Consecuentemente, soy responsable de gobernar mi casa según Dios y de instruir a los niños para que le sirvan a Él. Han de ser criados en el camino del Señor y dirigidos por sendas de justicia en separación del mundo. Si se permite el mal en la familia, Dios hace responsable de ello a la cabeza.

Como Dios gobierna su propia casa según su poder ejercido con justicia, siempre acompañada de amor, así el siervo de Dios debe tomar a su Maestro como modelo y gobernar su casa de igual modo. Dios ha investido a la cabeza de la casa con autoridad, y lo hace responsable de ejercer esa autoridad en el temor de Dios y para gloria de Él. El padre cristiano ha de representar a Dios en medio de su familia. Para ello debe volver constantemente a los pies de su Señor y aprender allí, en comunión con Él, lo que ha de hacer y de qué manera. Una casa cristiana debería ser una representación en miniatura de la casa de Dios con respecto a su orden moral así coma la puesta en práctica de este orden. Sólo estando en continua dependencia del Señor y andando diariamente con Él podrá uno gobernar su casa rectamente.

Fracaso en la familia

Mucho fracaso y confusión se manifiestan en los hogares y familias cristianas, debido a que el esposo y padre no ha tomado su propio lugar como cabeza de la casa ni ha reconocido como tal su responsabilidad ante Dios. Dios espera del padre especialmente que vele por su familia y que ordene su casa de acuerdo con su Palabra y para Su gloria. A los hijos no les ha de permitir que hagan lo que quieran. Una de las características del obispo o supervisor de la asamblea era que gobernase bien su casa y tuviese a sus hijos en sujeción con toda honestidad (1 Timoteo 3:4). Como se ha notado ya, Dios pudo decir de Abraham que sabía que mandaría a sus hijos que siguiesen el camino del Señor después de él.

En ciertas familias la esposa y madre se aleja de la posición de sumisión y asume el gobierno de la casa, conduciendo a la familia por caminos que no son del Señor. No obstante, por triste y difícil que sea tal situación, el esposo y padre no tiene excusa ante Dios en cuanto a su responsabilidad respecto al andar de su familia. Si consideramos los capítulos 2 y 3 de Génesis tendremos la revelación de un principio importante en relación con esto.

Adán fue creado primero y Eva fue hecha más tarde y dada a él como su ayuda idónea. A Adán le fue mandado que no comiese del árbol de la ciencia del bien y del mal (Génesis 2:17). Satanás vino luego a Eva y tuvo éxito en lograr que ella tomara y comiera del fruto prohibido y que lo diese a su marido, el cual comió así como ella (Génesis 3:6). Aquí el orden de Dios fue revertido y ello derivó en el pecado original de la humanidad. En vez de que la mujer esté con el hombre y él presida, ella toma la iniciativa en actitud desobediente y el hombre la sigue en el pecado. Nótese ahora cómo Dios trata esta desobediencia y desorden. “Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: “¿Dónde estás tú?… ¿Has comido del árbol de que yo te mandé no comieses?” (Génesis 3:9, 11). Dios no llamó a Eva y le preguntó si ella había comido del fruto prohibido, aunque ella había sido la primera en hacerlo. No; Dios llamó a Adán, la cabeza, a quien le había dado el mandamiento de no comer, y le hizo responsable de la transgresión.

Adán débilmente contesta que la mujer que Dios le había asignado por compañera le había dado del árbol y él había comido. Pero, al pronunciar su castigo gubernamental sobre Adán, Dios no le excusa por lo que Eva había hecho. Al contrario, Él inculpa a Adán por haber escuchado la voz de su mujer y haber comido, desobedeciendo al mandamiento que Él le había dado (Génesis 3:17). Eva recibió su castigo también, pero Adán fue tenido por más responsable.

Éste es el principio sobre el cual Dios actúa hoy con cada familia y su cabeza. Que su advertencia y amonestación sean tenidas en cuenta y se procure la gracia de Dios para cumplir con la responsabilidad que se tiene como cabeza del hogar y así se obre para gloria de Dios. Es de desear que las palabras de Josué sean el propósito de todo esposo y padre cristiano: Pero “yo y mi casa” serviremos al Señor.