Padres
Hemos considerado al esposo en su carácter de cabeza de la casa, con su autoridad y responsabilidad como tal. Ahora le consideraremos en su carácter de padre en el círculo familiar.
¡Qué maravillosa es esa palabra de «padre»! Ella habla de amor, misericordia, compasión, tierno y vigilante cuidado, sabiduría para gobernar y mantener la disciplina de aquellos que son el objeto de su amor, a quienes él ha engendrado. Ella habla de la relación de afecto más íntima y bendita: la de padre e hijo.
Reflejar al Padre celestial
El Padre de padres es nuestro Dios y Padre celestial, y de Él cada padre terrenal debe aprender cómo ser un verdadero padre de familia. Por gracia prodigiosa todo creyente en Cristo entra en la más íntima y preciosa relación con Dios y le conoce como su propio Padre. Tenemos al Espíritu de adopción dentro de nosotros que clama: “Abba Padre”.
Sólo en la medida en que disfrutemos de esta maravillosa relación con Dios como hijos y la vivamos a diario, podremos reflejar algo del carácter de nuestro Padre celestial en nuestra relación terrenal como padres. Sólo considerando “cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios” (1 Juan 3:1) manifestaremos y reflejaremos este amor en nuestra relación terrenal con nuestros hijos. Al aprender de este bendito Padre, en comunión con él, al reconocer sus prodigiosos modos de obrar con paciente gracia y misericordia, combinados con su amante disciplina y fidelidad hacia nosotros en todas nuestras faltas, al probar el tierno cuidado que nos dispensa, sabremos cómo ser unos verdaderos padres para nuestros hijos. Si en lo secreto hemos acudido a nuestro Padre por la mañana temprano y hemos recibido la sonrisa de su amor; si le hemos ofrecido nuestras acciones de gracias; si nuestros corazones fueron refrigerados y llenados del sentimiento de su presencia, de su amor y de sus cuidados paternales; si hemos confiado en Él, como nuestro Padre amante, para todas las preocupaciones del día, entonces estamos dispuestos a recibir las sonrisas y muestras de amor de nuestros hijos, a oír de sus labios el encarecido nombre de «papá» y ser un verdadero padre para ellos, reflejando algo de la santidad, del amor, paz, justicia, gracia, misericordia y consuelo del corazón del Padre celestial. El carácter y amor de ese Padre celestial llenará así la atmósfera de nuestra familia cristiana y con el tiempo alcanzará el corazón de cada uno de sus miembros.
Sumiso a Dios el Padre
Pero si un Padre no conoce el amor de Dios el Padre en su propio corazón por estar fuera de comunión con Él, y si contrista el Espíritu por ser un hijo rebelde, ¿cómo puede ser un verdadero padre y difundir la luz y el calor de un amor celestial en su familia puesto que no recibe ninguna luz ni amor celestial del Padre, quien es tanto luz como amor?
Las inconsecuencias de un padre cristiano que no anda con rectitud con su Padre celestial son sentidas de una manera muy perjudicial por los miembros de su familia. Él ha sido puesto por Dios en la posición de padre de familia y Dios le ha investido de la autoridad inherente a esa posición. Pero si él mismo no está sumiso a su Padre divino, la familia pronto lo sentirá y el uso de su autoridad en esas condiciones tendrá poco peso o efecto. ¿Sostendrá el Padre celestial a tal padre en su posición de autoridad en tanto que él resiste a la suprema autoridad divina? ¡Solemnes pensamientos, en verdad, para ser considerados por los padres! La autoridad debe ser ejercida con sumisión a Dios, quien la otorgó.
Como padres cristianos, ¡que podamos sentirnos mucho más a gusto en el santuario y ser más sumisos a Dios nuestro Padre! De modo que, en la atmósfera de nuestra familia, podremos reflejar más brillantemente su bendito carácter de Padre y tener peso espiritual, seriedad y sabiduría para mantener nuestra autoridad y así glorificarle.
“No provoquéis a ira a vuestros hijos”
Padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor
(Efesios 6:4).
“Padres, no exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten” (Colosenses 3:21). Estos dos pasajes de la Escritura están directamente dirigidos por el Espíritu de Dios a los padres cristianos.
William Kelly, al comentar estos versículos, dice: «La exhortación está dirigida a los padres, quizá más necesitados de ella que las madres, aunque en principio, no hay duda, va dirigida a ambos». También dice: «La madre no es exhortada al respecto porque, por lo general, tiene inclinación a mimarlos. No hay nada que desaliente más a un hijo que el hecho de que el padre esté continua o injustamente hallando faltas en él. Peor aún es que un hijo sea castigado sin merecerlo. ¿Puede haber algo más apto para crear desconfianza y debilitar de este modo los vínculos de amor y respeto?»
Hay dos cosas aquí. Por una parte, los padres no han de provocar a sus hijos a ira, siendo demasiado ásperos, irrazonables o inconstantes en el ejercicio de su casi absoluta autoridad. Han de tratarlos con verdadera bondad paternal, con el amor y la benignidad de una madre, y por otra parte, no han de olvidarse de criarlos bajo la “disciplina y amonestación del Señor”. Estas dos cosas son muy importantes y darán al padre el necesario equilibrio, porque los padres son propensos a ser demasiado rudos por una parte, o demasiado apacibles por otra. La combinación de firmeza y disciplina con bondad y amor constituye un verdadero padre. Veamos ahora en detalle el primer punto de la exhortación.
El Espíritu de Dios recuerda a los padres que ellos no sólo son responsables de ejercer la autoridad en sus familias, sino que deben ser cuidadosos en cuanto a la manera de ejercerla. Dios hace a los padres tan responsables del modo en que gobiernan como del gobierno mismo. La carne, aun en un padre cristiano, tiende a ser tiránica y despótica. Por tanto, Dios, con tierna consideración por los jóvenes, dice: “Padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos”. Los hijos tienen sensibilidades agudas y tiernas, y los padres deben tener en consideración los sentimientos de ellos y sus disposiciones. Aunque sin ceder nunca en lo que se debe al Señor, necesitan recordar la debilidad de los jóvenes; no pondrán más carga sobre ellos que la que puedan llevar, para que no se desalienten y ofrezcan una airada oposición.
¡Cuán fácilmente los hijos son desalentados, especialmente en cuanto a seguir los caminos rectos del Señor! Sabiduría y tacto son muy necesarios para los padres en el trato con sus hijos.
Mantener los afectos
Un estimado hermano con mucha razón ha escrito respecto a Colosenses 3:21: «Los padres deben ser benévolos para que los afectos de sus hijos no se enfríen y sean inducidos a buscar en el mundo la felicidad que normalmente deberían hallar en el círculo doméstico que Dios ha formado como una salvaguardia para aquellos que están en pleno desarrollo».
Es muy importante que entre padres e hijos sean cultivados cálidos afectos y que exista una íntima relación entre ellos, especialmente a medida que los hijos crecen y se exponen a las influencias del mundo, las que fácilmente distancian sus corazones de los de sus padres. Sin descuidar la firme disciplina, padre y madre –pero especialmente padre– deberían aprovechar toda oportunidad para manifestar amor a sus hijos y ganar de este modo su afecto filial y su confianza. Muéstrenles por este medio que son amados, pero al mismo tiempo que la autoridad paternal debe ser respetada. Ambas cosas tienen suma importancia.
Confianza recíproca
Los padres deberían ser en cierto modo amigos de sus hijos con el fin de conservarlos en el círculo familiar y evitar que busquen sus amistades en el mundo. Esto es muy importante, pues muchos jóvenes dicen haber echado de menos esta feliz compañía en su juventud. Los padres deberían inspirar confianza a sus hijos para que éstos compartan sus problemas, y deberían manifestar un benévolo interés en sus dificultades. Los varones deben aprender de labios de su padre acerca de los misterios y las funciones de la vida y recibir la necesaria y deseada información en cuanto a cuestiones sexuales. Padres, no descuiden ustedes este importante deber hacia sus hijos, porque si estas cosas no las aprenden de ustedes, les serán enseñadas en el lenguaje vulgar y errado de la calle, para su desgracia. Las madres deben enseñar a sus hijas de igual manera, recordando que «más vale prevenir que curar».
Padres y madres deben guardar sus corazones renovados y ser niños con sus niños, tomando parte en sus pensamientos e interesándose en sus legítimas ambiciones y placeres juveniles. Cuando esto es así, los niños no se afanan por alejarse del círculo familiar para hallar su placer. Gozan de tantos buenos momentos en la misma familia que están satisfechos allí. Los padres no deben olvidar proveer a sus hijos de ocupaciones y entretenimientos sanos para sus hijos, alentándolos a aprender cosas prácticas. Hay que recordar que las manos ociosas son buena herramienta para Satanás. Tales entretenimientos pueden organizarse en casa de distintas maneras, y los hijos crecerán con apego al hogar y a la familia.
Atraer o repeler
Los padres y las madres que se han asegurado el afecto y la confianza de sus hijos, habrán ganado su interés, de modo que éstos escucharán de buena voluntad tanto las exhortaciones y palabras de corrección como la lectura y exposición de la verdad divina de la boca de sus amados padres, a quienes reconocerán como sensatos, considerados y llenos de amor.
En cambio, los padres que gobiernan a sus hijos con un rígido espíritu legal y les transmiten la verdad divina del mismo modo, imponiéndoles la verdad como un yugo férreo sobre sus tiernos cuellos, sólo les repelen y corren el peligro de producir en sus corazones rebelión y resistencia a las verdades divinas. Ésta es una de las razones por la que muchos hijos de padres cristianos –especialmente los varones– manifiestan, cuando ya han crecido, una oposición y hostilidad hacia todo lo que se llame «religioso». Los corazones de los hijos, y de la humanidad en general, deben ser atraídos y ganados –al igual que alcanzadas las conciencias– por el efecto de la verdad divina. No basta que toda la obra vaya dirigida a la conciencia y ninguna al corazón. La presentación de “la verdad en amor” (Efesios 4:15) por el poder del Espíritu, gana a ambos, al corazón y a la conciencia.
Cierta vez, un querido siervo de Cristo se vio obligado a castigar a su hijo. A cada golpe de la vara el niño, llorando, se aferraba más a su padre, hasta que al fin éste se sintió constreñido a arrojar la vara al recordar lo que está escrito: “¿O forzará alguien mi fortaleza? Haga conmigo paz; sí, haga paz conmigo” (Isaías 27:5). Seguramente aquel padre había ganado el corazón y la confianza de su hijo mucho antes de que le castigara. Así el niño sentía los golpes de la vara más vivamente en su corazón que en su carne, porque podía leer en el rostro de su padre la tristeza y la pena que le costaba tratarlo de ese modo. Como resultado, la vara fue directamente a la conciencia y al corazón del niño, y allí produjo frutos apacibles de justicia, de manera que el padre pudo dejar la vara. Otro efecto de la fiel corrección de aquel padre lleno de amor fue que el niño se apegó más a su padre en vez de sentirse repelido y alejado de él. ¡Qué lección para todos los padres cristianos!
Disciplina y amonestación
Si volvemos a la segunda parte de la exhortación a los padres, hecha en Efesios 6:4, notamos el importante mandato de criar a los hijos “en la disciplina y amonestación del Señor”. Como lo hemos observado ya, los hijos de un creyente están en una posición de bendición y privilegio que los hace extraños al mundo del que Satanás es el príncipe. El padre cristiano debería entonces reconocer esta posición privilegiada en la que son colocados sus hijos y criarlos bajo el yugo de Cristo en la disciplina y amonestación del Señor. La posición cristiana debe caracterizar la educación que dé a sus hijos. Él los tratará como siendo criarlos para el Señor, y los educará como el Señor mismo lo haría. Si bien no podemos hacer que nuestros hijos sean aptos para el cielo, por la fe podemos educarlos para que se encaminen allá, y Dios, en su gracia, bendecirá la fiel enseñanza de aquellos a quienes Él nos ha confiado.
La palabra original aquí traducida por “disciplina” significa «educación, instrucción, castigo» e implica también el alimento espiritual. Esto es lo que el término abarca y que los padres (incluyendo a las madres) son exhortados a hacer: nutrirlos, educarlos y disciplinarlos bajo la amonestación del Señor.
Mientras la primera parte de Efesios 6:4 advierte a los padres que no sean rudos y opresores con sus hijos, esta segunda parte de la exhortación les recuerda su responsabilidad de criarlos en la disciplina y bajo las solemnes exhortaciones e instrucciones del Señor. Esto protege contra el otro extremo de ser demasiado condescendientes con los hijos y dejarlos actuar como les plazca. El padre es responsable de instruir a sus hijos en los caminos del Señor, nutriendo sus corazones con la preciosa Palabra de Dios y colocando sobre sus conciencias la disciplina y las exhortaciones del Señor. Esto implica enseñarles los pasos en que el Señor quiere que andemos y disciplinarlos para que sean obedientes a los mandamientos del Señor y a sus padres.
Nutrir los corazones
¡Cuán bueno es llenar los tiernos corazones y las mentes de los niños con las verdades de la preciosa Palabra de Dios! Es de gran valor instruir en las Escrituras a los niños cuando aún lo son y adiestrarlos en un conocimiento profundizado de la Palabra de Dios. Es como preparar bien los elementos de una fogata, de modo que baste una chispa para convertirla en llama. “Nutrido con las palabras de la fe y de la buena doctrina que has seguido” (l Timoteo 4:6). Pablo pudo escribir al joven Timoteo:
Desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús
(2 Timoteo 3:15).
Su padre era griego, quizás inconverso; por lo que su madre y su abuela –ambas fieles– le habían enseñado las preciosas verdades de la santa Palabra desde la niñez. Las madres desempeñan un papel importante en esta obra de instruir a los jóvenes en las Escrituras; pero ahora estamos ocupados en lo que toca a la responsabilidad del padre en cuanto a velar para que ellos sean criados así.
A los padres en Israel les fue dado un mandamiento preciso y apremiante en cuanto a esto en Deuteronomio 6:6-9 y 11:18-21: “Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos, y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas”. ¡Qué hermoso cuadro hogareño! El padre poniendo las palabras de Dios en su corazón, teniéndolas siempre delante de sus ojos, enseñándolas diligentemente a sus hijos, haciendo de esa Palabra el tema de conversación en el hogar y poniéndola sobre las puertas para testimonio público. Si la Palabra de Dios ha de ser apreciada por los hijos, primero debe ser de valor para el padre y la madre y habitar en sus corazones, a fin de que los hijos vean que las Escrituras son preciosas para ellos. Enviar a los niños a la escuela dominical para aprender acerca de la Biblia es muy bueno, pero no exime a los padres de la responsabilidad de enseñarles las Escrituras en el hogar.
Las necesidades espirituales son las más importantes
Muchos padres y madres están tan ocupados con sus ocupaciones y las cosas materiales que dedican poco o ningún tiempo a la lectura y meditación de las Escrituras para satisfacer sus propias necesidades espirituales y las de sus hijos. En consecuencia, a sus hijos les da la impresión de que las cosas materiales son de mayor importancia y que las cosas espirituales no cuentan mucho. ¿Puede sorprender, entonces, que tales hijos, al crecer, se vuelvan al mundo y tengan poco aprecio por la Palabra de Dios? Podemos estar tan ocupados en proveer las necesidades materiales de nuestros hijos y en seguir adelante en este mundo que olvidamos la mayor necesidad de las almas de nuestros hijos, y así dedicamos poco o ningún tiempo en instruirles sobre cuestiones espirituales. Esto no es criar a los hijos en la disciplina del Señor.
Enseñar a los hijos la Palabra de Dios y velar por sus necesidades espirituales es uno de los mayores deberes de un padre y, no obstante, es lo que se descuida con mayor frecuencia. ¡Cuán triste es esto! Debemos buscar el tiempo para leer la Palabra de Dios en compañía de nuestros hijos, para orar con ellos, para sacar lecciones espirituales de las cosas de la vida natural y de los acontecimientos diarios, para darles la palabra que sus almas necesitan en el momento de esa necesidad. Si deseamos que sean salvos y crezcan en la gracia y el conocimiento del Señor Jesucristo, debemos hacer nuestra parte y nutrirlos con la Palabra de Dios.
También es posible que un padre esté tan ocupado en enseñar la Palabra de Dios públicamente, yendo de aquí para allá en lo que él llama el servicio de Cristo, que descuide su primer deber: nutrir a su esposa y a sus hijos con la Palabra de Dios y cuidar adecuadamente de ellos. El servicio que se presta al Señor comienza en el hogar, en el círculo de la familia. Tenemos que esmerarnos en cuidar de nuestra propia viña, antes de guardar la viña de otros (Cantar de los Cantares 1:6).
El altar familiar
Todo padre cristiano debería establecer un altar familiar en su hogar, es decir, reunir a su familia cada día para leer la Biblia, orar y quizás cantar algún himno, si es posible. Ésta es la responsabilidad del padre como sacerdote del hogar; en su ausencia, la madre debe asumirla. Padres, no descuiden ustedes este importante servicio del culto familiar. No permitan que nada se interponga. No pueden criar a sus hijos para el Señor sin este altar familiar. No es suficiente que ustedes oren y lean las Escrituras y que ellos, por su parte, oren y lean la Biblia. Ustedes deben leer las Escrituras juntos con su familia y orar juntos con ellos. Dejen que ellos les vean en oración y oigan su voz en súplica a Dios por ellos, para que conozcan el deseo de su corazón a favor de ellos. «La memoria de la oración de un padre muchas veces es el ancla de salvación de un niño tentado», ha escrito alguien con razón.
Doblen juntos las rodillas y busquen la bendición del Señor sobre ustedes como familia y sobre cada individuo, y den gracias a Él en familia por las bendiciones y misericordias de que son objeto. Hay una notable enseñanza en Jeremías 10:25 que demuestra que Dios no espera que sólo los individuos invoquen Su nombre, sino también las familias. El profeta dice: “Derrama antes tu ardiente indignación sobre las naciones que no te conocen, y sobre las familias que no invocan tu nombre” (V. M.). Amado padre cristiano, ¿descendería este enojo sobre su familia? ¿Invoca el nombre del Señor en familia? Un antiguo escritor dijo: «Una familia sin oración es semejante a una casa sin techo, abierta y expuesta a todas las tormentas del cielo». También: «La oración en familia cierra con cerrojo la puerta contra los peligros de la noche y la abre para las misericordias en la mañana». El capellán de una prisión dijo: «Lo último que olvida un hijo terco en toda la obstinación de su mente es la oración, las Escrituras y los himnos enseñados en el hogar».
Ganar a un hijo rebelde
Cierto padre tenía un hijo inmanejable e ingobernable en el hogar, al punto de poner en peligro las vidas de los miembros de la familia. Después de haber empleado sin éxito todos los métodos de amor, recompensas, amenazas y castigos, el padre decidió enviarlo a una escuela correccional, de modo que fue a ver al director de dicho centro, un simpático cristiano, y le contó sus preocupaciones.
El director estuvo de acuerdo en que debía ser enviado a la escuela y tener allí su formación, pero agregó que deseaba formular una pregunta antes de hacer los arreglos definitivos.
–Usted dice que ha probado todos los métodos –dijo– y que todos ellos han fallado. Ahora deseo saber si usted ha probado orar con él.
–No –dijo el padre, sorprendido–, nunca he pensado en hacer esto.
–Bien –dijo el director–, usted tiene que volver a su casa y orar con él. No me siento dispuesto a recibirle aquí o a tratar el caso hasta que haya sido probado en su hogar el poder de la oración en su presencia.
El padre confesó que no podía orar delante de su familia y que no tenía el valor para leer la Palabra con ella.
El director le sugirió que fuera a su casa y reuniera a su familia aquella noche a las nueve a fin de leer un capítulo de la Biblia y que orase con ella. Agregó que a esa hora, él y su esposa orarían por todos ellos y especialmente por Lane, el hijo rebelde.
Al llegar a su hogar contó a su esposa todo lo que el director le había dicho. Ella respondió que hacía mucho tiempo que venía pensando en que ellos estaban esquivando su deber en esta cuestión, y urgió a su esposo a no vacilar más, sino que empezara la reunión familiar aquella noche. Ella prometió hacer los arreglos necesarios.
Aquella noche, después de cenar, la madre pidió a los niños que hicieran «palomitas» (maíz tostado) y se pidió la colaboración de Lane. Éste era uno de sus pasatiempos favoritos; de este modo la madre impidió su acostumbrada salida a hurtadillas. Cuando acabaron, la mamá mandó a los niños que se lavaran y se reuniesen en la sala a las nueve para hacer algo placentero que les estaba reservado.
Trajo una Biblia grande y la colocó sobre la mesa. El padre, temblando, confesó a su familia que había descuidado vergonzosamente su deber de velar por el más alto bienestar de sus hijos, al no leer la Biblia y orar con ellos en familia. Dijo que esa noche comenzarían un camino diferente, para la bendición de su familia. Luego leyó un capítulo de las Escrituras y se arrodilló para orar. Su esposa e hijos se arrodillaron con él, excepto Lane. Éste se sentó erguido, molesto y con rostro austero, mirando una y otra vez en dirección a la puerta, como si quisiera huir.
El pobre padre al principio no pudo hallar palabras para expresar sus pensamientos y sentimientos contradictorios. Pero, al recordar que el director y su esposa estarían orando por ellos en aquel mismo instante, su lengua tartamuda se desató y una ferviente oración comenzó a fluir de sus labios.
Mientras terminaba con una muy tierna y conmovedora suplicación en favor de Lane, y para que todos sometieran su voluntad rebelde al yugo de amor de Cristo, Lane se levantó de su silla, cruzó el salón y, arrodillándose junto a su padre, echó los brazos a su cuello y sollozando le dijo:
–¡Sigue orando, papá! ¡Sigue orando! He tratado de pedir a Dios que limpie mi corazón malo, pero me parecía que no podía llegar hasta Él por mí mismo. Ahora, yo sé que Él me oirá si todos ustedes están dispuestos a orar conmigo.
Todos se incorporaron con los corazones conmovidos y los rostros llenos de lágrimas. Las dos hijas mayores dijeron a Lane que habían estado orando en secreto por él, y agregaron que ésta había sido la hora más feliz de sus vidas. Y Lane estaba completamente vencido. Entregó a su padre la escopeta cargada con la cual había aterrado a la familia aquel día y dijo que todo eso había llegado a su fin, que ya no causaría más dificultades.
–Perdónenme, perdónenme padre, madre, hermanos y hermanas –exclamó–, ¡cómo confío yo en el perdón de Jesucristo!
¡Qué poderoso testimonio del efecto y poder transformador de la oración en familia! ¡Ojalá que este verídico incidente pueda ser de gran bendición para cada padre!
Culto familiar
Mamá está tan ocupada esta mañana
en el torbellino de la diaria ocupación,
y papá debe ir pronto a la oficina,
¡de modo que no hay tiempo para la oración!
Los niños son enviados a la escuela
y así comienza el día con su afán,
sin Palabra de Dios para la mente,
sin un himno siquiera que entonar.
No extraña que la carga sea pesada,
que las horas transcurran tan largas,
que el hablar sea tan áspero y rudo,
y las vidas inseguras y amargas.
Una pausita haced cada mañana,
y otra vez del día al terminar.
Un momento pasad con el Maestro,
recordando que Él nos enseñó a orar.
La variedad en los elementos educativos
Terminaremos el tema de la crianza de los niños con algunas observaciones acerca de la necesidad de diversificar los elementos educativos. La educación cristiana no implica meramente la alimentación de las almas de los niños con la Palabra de Dios, aunque esto sea de primordial importancia. Según lo expresa Von Poseck: «Las mentes y los corazones jóvenes desean variedad. Ésa es su misma naturaleza. No pueden ser constantemente acosados con lecciones espirituales y preceptos. Ellos necesitan: 1) variedad en las lecturas; 2) variedad en las relaciones y compañía; 3) variedad en sus ocupaciones; 4) variedad en las distracciones juveniles y entretenimientos». El desaliento de ciertos padres que durante años de fiel enseñanza a sus hijos no ven los frutos por los cuales han orado y esperado puede resultar de su falta de sabiduría, al no dar suficiente lugar a esta necesidad que los jóvenes sienten naturalmente por la variedad. Sólo debe cuidarse que esta variedad sea de un carácter natural, no mundano. Libros sobre la Naturaleza y buena literatura como relatos verdaderos y biografías cristianas proveerán saludable instrucción para los corazones y mentes jóvenes, al igual que los libros instructivos sobre diversas ciencias, los que deben estar libres de racionalismo y de incredulidad.
El castigo por la desobediencia
El Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo. Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina?
(Hebreos 12:6-7).
“Yo le seré a él padre, y él me será a mí hijo. Y si él hiciere mal, yo le castigaré con vara de hombres, y con azotes de hijos de hombres” (2 Samuel 7:14). Ésta es la manera en la que el Padre celestial obra para con nosotros. Él “azota a todo aquel que recibe por hijo”. Ejerce un gobierno moral sobre nosotros, según el cual cosecharemos lo que hayamos sembrado (Gálatas 6:7-8). Si le desobedecemos, sufrimos por ello y de ese modo aprendemos lo amargo que es la desobediencia. Si somos obedientes, cosechamos los benditos frutos de la obediencia y comprobamos que siempre es lo mejor. Sin embargo, también experimentamos que nuestro Padre no sólo actúa con nosotros ejerciendo su gobierno cuando somos desobedientes, sino que también actúa con gracia, misericordia y paciencia, especialmente cuando nos arrepentimos. Él nos muestra amor en su tiempo y castigo en su momento adecuado.
Por la manera como el Padre celestial actúa para con nosotros, aprendemos cómo conducirnos con nuestros hijos. Debemos castigar su desobediencia; de este modo probamos que son nuestros hijos. “Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos” (Hebreos 12:8). Como padres debemos actuar para con nuestros hijos en gobierno, pero también con gracia y misericordia. De este modo ellos aprenderán la bienaventuranza de obedecer y el dolor y la pena causadas por la desobediencia.
El castigo no necesita ser aplicado siempre en forma de azote con vara, aunque éste pueda ser necesario algunas veces. Existen muchos otros métodos de castigar la desobediencia. Los niños pueden ser privados de privilegios por un tiempo o ser sometidos a alguna tarea provechosa, cuya ejecución les resulte costosa… Los padres seguramente descubrirán qué método es más efectivo para instar a la obediencia en cada niño en particular. No todos los niños pueden ser tratados del mismo modo. Las medidas correctivas deben ser adecuadas según cada temperamento. A algunos niños se les puede hacer entrar en razón con calma; con otros puede ser suficiente una severa palabra de reprobación, mientras que otros pueden necesitar una disciplina más rígida. Para evitar que algunos padres consideren el uso de la tradicional vara como anticristiano, e incompatible con el hecho de que estamos en la época de la gracia, sería bueno para todos nosotros considerar los siguientes pasajes del inspirado libro de la sabiduría de Salomón:
“El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; mas el que lo ama, desde temprano lo corrige” (Proverbios 13:24).
“Castiga a tu hijo en tanto que hay esperanza; mas no se apresure tu alma para destruirlo” (Proverbios 19:18).
“La necedad está ligada en el corazón del muchacho; mas la vara de la corrección la alejará de él” (Proverbios 22:15).
“No rehúses corregir al muchacho; porque si lo castigas con vara no morirá. Lo castigarás con vara, y librarás su alma del Seol” (Proverbios 23:13-14).
“La vara y la corrección dan sabiduría… Corrige a tu hijo, y te dará descanso, y dará alegría a tu alma” (Proverbios 29:15, 17).
Ciertamente estas palabras de sabiduría son saludables para los padres de todas las dispensaciones. Ninguno puede despreciarlas, salvo para su perjuicio.
Usar la vara, pero con amor
Pero, como alguien ha escrito muy bien: «El niño a quien se castiga debe sentir que es el amor el que emplea la vara. Los niños perciben enseguida –sus jóvenes corazones sienten muy bien–, si los padres, al emplear la vara, lo hacen por amor, cólera o descontrol. En estos últimos casos, el instrumento correctivo no producirá el efecto buscado. La ira provoca ira. “Padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos… para que no se desalienten”. En tal caso, cada golpe de la vara estorbaría más y más el precioso propósito del castigo paternal y cerraría el corazón del niño en lugar de ganarlo. Cuán importante es, por tanto, que un padre, antes de emplear la vara de corrección, mire hacia arriba con un espíritu humilde y contrito y pida a Dios –quien da a todos liberalmente y no zahiere– la sabiduría necesaria y la gracia, para que su Espíritu de amor y de sabiduría guíe su mano al aplicar este penoso castigo».
El error de David
El breve comentario del Espíritu de Dios, en cuanto al error de David al no disciplinar a su hijo Adonías, contiene una lección que sirve de advertencia para todos los padres. En 1 Reyes 1:6 se lee acerca de Adonías: “Y su padre nunca le había entristecido en todos sus días con decirle: ¿Por qué haces así?”. Esta falta de David es señalada por Dios con motivo de la exaltación de Adonías contra el pensamiento divino. Dijo: “Seré rey” cuando se acercaba la muerte de su padre. Dios previamente había declarado su propósito de que Salomón sucediera a David como rey. Adonías, al hacerse proclamar rey, cometió un grave acto de rebeldía contra Jehová y su voluntad revelada.
Dios relaciona estos dos hechos: por una parte el ensalzamiento de sí mismo y la rebeldía de Adonías contra el propósito de Dios, y por otra parte, la falta de David en cuanto a disciplinar a Adonías en su niñez y juventud. ¿No significa esto que Dios quiere que nosotros veamos el resultado humillante de la negligencia de David para con su hijo? La rebeldía de Adonías fue el resultado del error de David como padre.
Este hijo parece haber sido el favorito en el hogar, lo que fue malo para ambos: padre e hijo (véase también el disturbio en el hogar de Isaac por la misma razón en Génesis 25:28 y el capítulo 27). David fue apacible y suave con él, permitiéndole hacer su propia voluntad. Nunca había disgustado a su hijo Adonías, y ahora debe cosechar el amargo fruto de esa desidia. El hijo ciertamente disgustará al padre si éste nunca ha disciplinado al hijo para que no le disguste. Hubo una gran falta por parte de David en su celoso y amante cuidado por su hijo. Después de todo, si hubiera disgustado a su hijo para su bien, habría demostrado un amor más profundo hacia él, que siendo siempre bondadoso y tierno y permitirle hacer su propia voluntad. La falta que por tanto tiempo había subsistido en el hogar estalla ahora y toma una forma pública. Y todo esto está archivado para nuestra instrucción y provecho.
Otra persona ha expresado el pensamiento de que, si los padres no gobiernan a sus hijos, éstos, con el tiempo, gobernarán a sus padres, porque tiene que haber gobierno en alguna parte.
«La liviandad en la disciplina –escribió alguien– o aun el abandono de ésta por parte de los padres, no puede sino engendrar la desobediencia de los hijos. Ante tan evidente engaño, todos los otros medios de corrección no son más que frágiles cañas para desviar la tormenta que pronto se desencadenará».
Por otra parte, un competente observador ha escrito: «Es cosa sabida que los padres que no sólo son bondadosos con sus hijos, sino que también los educan con estricta obediencia y sumisión a la autoridad paternal, son amados y estimados por ellos; mientras que los padres indulgentes en exceso se ganan todo menos la gratitud, el respeto y el afecto de sus hijos».
Debemos añadir que, si bien hemos dirigido estas observaciones sobre «el castigo por desobediencia» a los padres –ya que sobre ellos descansa la mayor responsabilidad en el hogar– ellas también son válidas para las madres, quienes deben trabajar en armonía con los padres y actuar con disciplina con sus hijos.