El hogar cristiano

Esposo y esposa

Las relaciones de nuestro círculo familiar deberían expresar y reflejar nuestras relaciones celestiales. Y esto se verificará en la medida en que ellas se vuelvan reales por el poder del Espíritu no contristado. Por eso, a lo largo de las epístolas del apóstol Pablo, el Espíritu Santo pone primero ante nosotros la verdad completa acerca de nuestras relaciones, bendiciones y posición celestiales. Luego, como fluyendo de éstas, presenta nuestras relaciones terrenales y establece plenamente nuestra responsabilidad y nuestros deberes respectivos.

El disfrute de nuestras relaciones celestiales

En la medida en que gocemos de las bendiciones provenientes de nuestras relaciones celestiales, y nos mantegamos firmes en Cristo, la Cabeza, ocuparemos nuestro lugar en nuestras respectivas relaciones aquí abajo. Aquellos que no disfrutan de estas verdades celestiales, tampoco las manifestarán en su hogar.

Si el jefe de una familia cristiana no sabe comportarse como jefe de familia y como esposo, demuestra que no se mantiene firme a la Cabeza que está arriba, ni disfruta del amor de Cristo por su Iglesia. Si una esposa no reconoce que la Iglesia ha de estar sujeta a Cristo, y no disfruta la bendita relación con Cristo como parte de su Esposa, fallará en esta feliz relación con su esposo y en la sujeción a él. Esto es igualmente cierto en cuanto a la relación entre padres e hijos y entre amos y siervos.

Entonces, a la luz de esta realidad, consideremos la más importante y más íntima de las relaciones de familia, es decir, la que hay entre esposo y esposa, la relación básica del hogar, de la cual dependen todas las otras relaciones. Como se ha dicho antes, ésta es la primera relación humana que Dios dio a la humanidad y es muy bienaventurada y sagrada.

Si acudimos a la maravillosa epístola a los Efesios, en la cual nuestra relación celestial y sus correspondientes relaciones terrenales están expuestas con tanta plenitud, leemos las claras instrucciones divinas en cuanto a esta bendita relación de esposo y esposa. Después de que la verdad acerca de Cristo y su Iglesia es muy bellamente dada a conocer y se formulan exhortaciones prácticas en cuanto a un andar digno de nuestra vocación celestial, esta relación es enfocada en el capítulo 5:22-33 bajo el maravilloso tipo de Cristo y la Iglesia.

“Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador. Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella… Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer a sí mismo se ama. Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia… cada uno de vosotros ame también a su mujer como a sí mismo; y la mujer respete a su marido”.

Condiciones esenciales para la bendición matrimonial

Estos versículos no dan la totalidad de los preceptos matrimoniales, sino aquellos que el esposo y la esposa están más expuestos a olvidar. Consideran las características esenciales de su relación entre sí e insisten en ellas para el debido mantenimiento de esta unión concedida por Dios de acuerdo con Sus pensamientos y propósitos. Lo que debe caracterizar la relación de la esposa con su esposo es su sumisión a la cabeza que Dios le ha dado, mientras que el amor debe señalar el cuidado del esposo por su esposa. Estas dos cosas –el esposo amando a su esposa y la esposa reverenciando y sometiéndose a su marido– son las dos columnas esenciales sobre las cuales descansan la verdadera paz y felicidad matrimoniales.

Dios, quien conoce el corazón humano perfectamente, sabía en qué fallarían mayormente los esposos y las esposas y qué es contrario a nuestras inclinaciones naturales. Por tanto, con sabiduría divina y con sentencias maravillosamente concisas, el apóstol inspirado nos ha dado de su parte exactamente lo que cada cónyuge más necesita cultivar.

Esposas

Para una mujer es natural amar; el afecto está profundo y fuertemente implantado en su corazón, motivo por el cual no necesita que se le ordene de un modo especial que ame a su marido. Pero ella no ha de olvidar su sumisión a él como al Señor, en lugar de pretender gobernar. Como Eva, tiene inclinación a olvidar su lugar y asumir el mando y caer en pecado y desobediencia. Por eso es menester que se le recuerde que respete a su marido, lo consulte y se someta a él como siendo su cabeza.

Sumisión como al Señor

Esta sumisión de la esposa a su esposo ha de ser “como al Señor”. El Señor es introducido como Aquel de quien se deriva la autoridad de su esposo. Ella ha de reconocer, detrás de su esposo, al Señor como la autoridad directiva y gobernante en la vida familiar, y recordar que, como “Cristo es la cabeza de todo varón, el varón es la cabeza de la mujer” (1 Corintios 11:3).

Así las piadosas decisiones del esposo expresarán para ella la voluntad del Señor, y ella debería conformarse de buen grado a estas decisiones. Su sumisión no ha de estar condicionada por el carácter del esposo. Aun cuando la posición de una esposa sea aflictiva por estar unida a un esposo débil, irrazonable o impío, su deber no tiene que determinarse por la dignidad o sabiduría del hombre, sino por la voluntad del Señor. No importa lo que sea el hombre, él es su esposo, y ella le obedece “como al Señor”. Pero esta expresión también marca los límites de la sumisión de ella. Cuando la obediencia a su esposo está en conflicto con la superior autoridad del Señor y la expresa voluntad de Su palabra, esta sumisión debe cesar. El Señor debe ser obedecido antes que el hombre, aunque quizás como consecuencia se deba sufrir.

En la actualidad, la sumisión de la mujer es impopular y está fuera de moda; las mujeres piden libertad e iguales derechos que los hombres. Sin embargo, la sumisión de la esposa a su esposo es el expreso mandamiento de Dios, y la esposa cristiana es exhortada a practicarlo. Sin ella, no puede haber verdadera vida hogareña de gozo y bendición. Cuando el orden de Dios es quebrantado, pena y desorden son el resultado, como puede verse en muchos hogares hoy en día. No es cuestión de superioridad del hombre o de inferioridad de la mujer, sino del orden y voluntad de Dios. Una mujer que asume el liderazgo de la casa, menospreciando la autoridad de su esposo, es infeliz y miserable, e indudablemente cosechará los frutos amargos de su propia rebelión en la insumisión de sus hijos criados con desorden.

Finalmente, la esposa ha de recordar que en su sumisión a su esposo ella es un tipo y reflejo de la sumisión de la Iglesia a Cristo, su Cabeza. ¡Esto debería estimular el corazón a brillar más para el Señor en la esfera diaria de la vida doméstica!

Esposos

Aquello que el Espíritu Santo ha registrado como el deber más necesario del esposo para mantener una feliz vida hogareña es amar a su esposa, sustentarla y cuidarla, como Cristo ama, sustenta y cuida a la Iglesia. El maravilloso amor de Cristo por la Iglesia –manifestado en su pasada, presente y futura actividad– ha de ser el modelo de la relación del esposo con su esposa y caracterizar su afectuoso cuidado por ella.

La naturaleza del hombre por lo general no es tan tierna y amante como la de la mujer y, como está expuesto en su ocupación diaria a la rudeza y frialdad de un mundo malo, el esposo tiene inclinación a ser áspero y desagradable y a olvidar que debe actuar con gracia y amor hacia su esposa y familia. Por tanto, debe constantemente esmerarse en cultivar el amor hacia su esposa, recordando que él ha de reflejar así el amor de Cristo por la Iglesia. Para ello, está a su disposición el abundante poder del Espíritu Santo, el cual puede levantarle por encima de las faltas y tendencias de su naturaleza caída.

Ejercer la autoridad con amor

El esposo podría hacer pesar exageradamente su posición y sus derechos como cabeza de la familia y de la esposa, y actuar de manera despótica, olvidando que el amor debe caracterizar al círculo matrimonial. Si bien es verdad que en este ámbito la autoridad está conferida al esposo, éste siempre debe recordar que ha de ejercer esa autoridad con gracia y amor, y expresarla en términos de amor y ternura, como conviene a un canal de la voluntad divina. La verdadera unidad de la vida matrimonial se manifestará, pues, en una fusión de autoridad y afecto. La autoridad del esposo se demostrará en amor, y la obediencia de la esposa será estimulada por su afecto y respeto a él. ¡Feliz es el hogar donde el amor gobierna y obedece a la vez!

El doble amor de Cristo, nuestro modelo

El pasaje de Efesios 5 pone ante el esposo el amor de Cristo por la Iglesia de un modo dual. Primero, Cristo se dio a sí mismo por la Iglesia y, en segundo lugar, Él cuida con amor de su Esposa, santificándola y limpiándola mediante el lavamiento por la Palabra. Guiado por esta alta norma del consagrado amor y cuidado de Cristo, el esposo concienzudo y piadoso procurará practicar este amor que implica una completa entrega de sí mismo a fin de asegurar el más alto bienestar de su esposa. En los detalles de la vida cotidiana buscará la forma de agradar a su esposa antes que a sí mismo, se preocupará constantemente por el bienestar de ella.

La felicidad de aquella que le ha confiado toda su vida terrenal debe ser la principal preocupación del esposo, con sumisión al Señor.

Citamos aquí las bellas palabras de otro autor: «Él la ayuda ante todo en su vida espiritual, en el ejercicio de adoración, oración y servicio. Él alivia los trabajos caseros de ella, echa una mano a sus muchas responsabilidades y la protege de ansiedades y temores, la consuela en sus horas de pena y la ayuda de manera natural. Tampoco olvidará los actos de devoción de ella hacia él, en respuesta a su amor, ni de alabarla por sus excelentes cualidades, como la Escritura invita a hacerlo (Proverbios 31:28-29)».

Desde luego, toda esposa entregada también reconocerá que ella es dada a su esposo para ser “su ayuda idónea” y obrar en beneficio suyo, así como él cuida del bienestar de ella. La esposa procurará “agradar a su marido” (1 Corintios 7:34) y ser una verdadera compañera y ayuda para él, especialmente en los intereses del Señor. El amor se deleita en servir, mientras al yo le gusta ser servido. En el verdadero amor mutuo, los derechos propios son olvidados; cada uno piensa en el otro.

Dada por compañera al hombre

Adán reconoció que Eva le había sido dada no como esclava, sierva o ayuda, sino para ser su compañera (Génesis 3:12), una ayuda idónea (no como criada). Como se ha señalado con frecuencia, Dios no sacó a Eva del pie de Adán, para ser pisoteada por él, o para ser inferior a él. Ni la hizo de la cabeza de Adán para que estuviera por encima de él y fuera quien gobernara, sino que la hizo del costado de Adán, indicando así que ella había de ser igual a él, estar bajo su brazo para ser protegida y permanecer cerca de su corazón para ser amada por él.

Más aun, Dios creó al hombre, “varón y hembra los creó” y Su propósito expreso fue que señoreasen sobre toda la creación (Génesis 1:26-28). Fue la intención de Dios que Eva estuviese asociada a Adán en esta posición de señorío; de manera que todo verdadero esposo actuará de conformidad con eso y considerará a su esposa como una con él, cualquiera sea el rango o posición que él disfrute, y deseará tenerla a su lado cada vez que sea posible. Además, la considerará digna de compartir todos los consejos y secretos de su corazón.

“Para que vuestras oraciones no tengan estorbo”

En 1 Pedro 3:7 los esposos son exhortados a habitar con sus esposas “sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia y de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo”. Unas relaciones felices entre esposo y esposa no son solamente necesarias para la paz y el gozo domésticos, sino también para efectivas oraciones conjuntas de la pareja unida, las cuales son tan esenciales para una feliz vida conyugal y el mantenimiento de un brillante hogar cristiano para el Señor. Cuando existen sentimientos hostiles entre esposo y esposa, el Espíritu está contristado, su vida de oración conjunta es impedida y las bendiciones del cielo son retenidas, para gran pérdida de ellos.

Al cerrar este capítulo desearíamos dar a cada esposo y esposa el siguiente lema:

«Uno para el otro y ambos para Dios».

Den a Dios todo el lugar en el corazón, tomen cada uno el sitio que la Palabra de Dios les asigna, vivan unidos para la gloria del Señor y sus intereses, y todo irá bien.

Como es la cuerda en el arco,
así es para el hombre la mujer.
Aunque ella lo dobla, le obedece;
si bien ella lo atrae, le sigue.
Inútil es el uno sin el otro.