La conducta
La conducta de un cristiano no depende de las prescripciones exteriores que deba observar, sino de una vida interior que manifieste una manera de vivir según Dios. Es la enseñanza de Romanos 12:2: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento”. Aquí el apóstol no dice: No os conforméis a este siglo y no vayáis al circo o a tal fiesta pagana, no llevéis tal ropa..., sino “transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento”. El entendimiento es el ser interior, la fuente de los pensamientos. Su transformación se opera bajo la acción del Espíritu de Dios. En cierto sentido se efectúa una vez por todas por el nuevo nacimiento, pero también se “renueva de día en día” (2 Corintios 4:16), y se traduce por una manera de ser exterior, en palabras y en conducta según Dios.
La piedad
“Ejercítate para la piedad”, dice el apóstol a Timoteo (1 Timoteo 4:7). Antes de estar atento a las enseñanzas, “ten cuidado de ti mismo” (v. 16).
La piedad se muestra en las relaciones de temor y de confianza con Dios. El temor evita desagradarle, y más bien trata de agradarle, “comprobando lo que es agradable al Señor” (Efesios 5:10). La confianza descansa en un Dios lleno de gracia y atención por los suyos, quien tiene el poder de guardarnos sin tropiezo. Ella exige un ejercicio continuo. El ejercicio corporal es útil en su momento. En comparación con la piedad, para poco es provechoso, pues la piedad tiene promesa para la vida presente y la por venir (1 Timoteo 4:8). Preciosa comunión con el Señor cada día de nuestra vida, en el marco de una vida fiel, permaneciendo cerca de él; comunión bienaventurada en la eternidad, cerca de Aquel que es fiel a sus promesas durante el tiempo de nuestra estancia en esta tierra.
¿La piedad conducirá a una vida y a una actitud fingida y triste? Bien al contrario:
Gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento (cap. 6:6).
Para estar contento es necesario estar satisfecho; el apóstol estima que podemos estarlo “teniendo sustento y abrigo”. ¡Y de cuántos beneficios suplementarios nos colma el Señor! Sepamos recibirlos de su mano con agradecimiento y contentamiento, sin desear siempre otra cosa, o algo mejor (mejor según nuestro punto de vista). La piedad acompañada de contentamiento no conducirá a reclamar, a discutir, sino al contrario, a apreciar. El gozo y la paz que el Señor da al corazón se reflejarán en la vida de piedad, sin quitar la seriedad que conlleva el caminar con Cristo.
Esta vida de piedad se nos escapa fácilmente, por eso el apóstol también exhorta a seguir “la piedad” (v. 11). En 2 Pedro 1:5 la piedad se añade a la lista de cosas a las cuales conviene poner toda la diligencia: la fe, la virtud, el conocimiento, la templanza, la paciencia. Además es necesario agregar el “afecto fraternal”. En efecto, la piedad no nos aísla de los hermanos en Cristo. Al contrario, nos acerca a los que lo aman y desean glorificarle mediante su andar.
Huye y sigue
En 1 Timoteo 6:11 encontramos la exhortación: “Huye de estas cosas”. ¿De qué cosas se trata? En ese contexto son las cuestiones y contiendas de palabras, las vanas discusiones, el peligro de hacer de la piedad una fuente de ganancias y, sobre todo, el amor al dinero, raíz de toda clase de males.
Luego viene el correlativo:
Sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre (cap. 6:11b).
La justicia práctica en nuestra manera de comportarnos con los demás; la piedad en nuestras relaciones con Dios; la fe y el amor en contraste con la pasión desenfrenada por las cosas materiales; la paciencia y la mansedumbre que hacen que se eviten las vanas disputas, las querellas, las malas sospechas.
Un poco más adelante el apóstol insiste una vez más para que Timoteo evite “las profanas pláticas sobre cosas vanas, y los argumentos de la falsamente llamada ciencia” (v. 20). También lo repite en su segunda carta (cap. 2:16). Exhortación que debemos retener a fin de no discutir con los que aportan enseñanzas erróneas, divergentes de la Palabra de Dios: Testigos de Jehová que deforman la divinidad de Cristo; mormones que agregan su libro a la Biblia; ciencia cristiana que de cristiana solo tiene el nombre, y tantas otras filosofías de origen pagano que se infiltran rápidamente en nuestros países. Debemos aprovechar más bien las ocasiones en que verdaderamente podamos ser una ayuda, aportar a Cristo, lo que construye, edifica. El hijo de Dios está llamado a evitar delicadamente las disputas intelectuales, “las cuestiones necias e insensatas”, las “contiendas”.
En 2 Timoteo 2:22 el apóstol retoma el pensamiento de huir:
Huye también de las pasiones juveniles,
y de seguir: Sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor.
Esas pasiones juveniles son, en 1 Juan 2:15-16, los deseos de los ojos, la codicia de la carne, la vanagloria de la vida y el amor al mundo. Los deseos de los ojos buscan todo lo que los haga destacar, la vanidad de brillar en todos los ámbitos. Debido a las pasiones de la carne, la maravillosa facultad que Dios ha dado al hombre de poder transmitir voluntariamente la vida es desviada de su cuadro, por una satisfacción corrompida. El orgullo o la vanagloria de la vida mueve continuamente al hombre a enaltecerse, tanto en el ámbito espiritual como en el material. El amor al mundo es inconciliable con el amor del Padre.
En otro sentido, según el contexto, las pasiones juveniles podrían ser lo que caracteriza fácilmente a la juventud: el amor a las disputas, a las novedades, los impulsos irreflexivos que nacen de la impaciencia por ser valorado (2 Timoteo 2:16-17, 23).
La justicia que se nos ordena seguir aquí está en contraste con la injusticia o iniquidad del versículo 19, es decir, lo que no es justo a los ojos de Dios, lo que es contrario a su pensamiento revelado. La fe, el amor y la paz son el resultado evidente, a fin de poder andar “con los que de corazón limpio invocan al Señor”. El cristiano que se aparta del mal no está llamado a vivir solo. Consciente de estar unido a los redimidos del Señor mediante el Espíritu Santo, tendrá el gozo de reunirse alrededor de Cristo, reconocido como Señor, esforzándose, con los que le invocan de corazón puro, a conformarse humildemente a su Palabra.
Aún quedan dos exhortaciones que recordar en tal camino: “persiste” (1 Timoteo 4:16). Es muy fácil desanimarse en el camino después de haber comenzado bien. Y “sé sobrio” (2 Timoteo 4:5), sobriedad que no se relaciona solamente con el alimento o la bebida, sino también con el control de sí mismo en todos los ámbitos, con el equilibrio que el cristiano es llamado a buscar en la dependencia del Señor.
Ser un ejemplo
Timoteo, llamado a enseñar, a poner en orden muchas cosas en la gran asamblea de Efeso, debía ante todo ser
Ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza
(1 Timoteo 4:12).
El apóstol había dado el ejemplo: “Nos recomendamos en todo como ministros de Dios... en pureza, en ciencia, en longanimidad, en bondad, en el Espíritu Santo, en amor sincero, en palabra de verdad, en poder de Dios, con armas de justicia a diestra y a siniestra” (2 Corintios 6:4-7). Timoteo es exhortado a ser un ejemplo primeramente en “palabra”. Las expresiones desconsideradas o ligeras, las palabras fuertes o fuera de lugar, pueden muy fácilmente mancillar el ministerio de un siervo de Dios. El velar sobre la conducta, unido al amor, a la fe y a la pureza, darán una autoridad moral sin la cual la mejor de las enseñanzas perdería su valor.
Sin embargo Timoteo era joven: “Ninguno tenga en poco tu juventud”. Joven en relación a la tarea tan importante que le había sido confiada. Pablo había pasado por Listra en su segundo viaje hacia los años 49-50. Escribió su epístola alrededor de los años 63-64. Si Timoteo tenía entre veinte y veinticinco años de edad cuando fue llamado, tendría, pues, alrededor de cuarenta cuando recibió la carta del apóstol, de ahí la importancia de comportarse de una manera que lo recomendara ante aquellos a quienes enseñaba: “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina” (v. 16). Le era necesario adquirir mediante su conducta la madurez que los años aún no le habían dado.
Cristo es el Modelo supremo (1 Pedro 2:21; Juan 13:15). Pero los que siguen sus pisadas, Pablo en Filipos, y “los que así se conducen según el ejemplo que tenéis en nosotros” (Filipenses 3:17), ejercen una influencia innegable alrededor de ellos para el Señor. Los ancianos en 1 Pedro 5:3 son llamados no a ejercer dominio, sino a ser ejemplos de la grey.
¡Con qué agradecimiento podemos recordar a tales conductores, quienes nos han ayudado desde el principio y a lo largo del caminar de la vida cristiana. Su ejemplo, su ascendiente moral, su piedad, su gozo en el Señor, han sido de tanto peso como las exhortaciones que ellos fueron llamados a dar.
Los recursos
Mientras tantos motivos de desánimo lo rodeaban, el apóstol indicó especialmente a Timoteo, tres recursos siempre actuales:
“Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado” (2 Timoteo 2:15). Consciente de su relativa juventud, Timoteo hubiera podido buscar apoyo en la aprobación de los hermanos. Sin duda es bueno, cuando somos conducidos por el Señor, tener en cuenta los consejos de las personas más experimentadas en el camino de la fe. Pero ante todas las cosas, aquel que quiere servir a Cristo es llamado a procurar con diligencia presentarse a Dios “aprobado”. Esto tal vez exigirá un largo ejercicio de oración y reflexión en la presencia del Señor. Por un lado, en cuanto al servicio, como dijo un hermano: «Desde que Dios nos hace conocer su voluntad, no debemos permitir que cualquier otra influencia posterior la cuestione, aunque esta última puede tomar la forma de la palabra de Dios. Si nosotros estuviéramos moralmente más cerca del Señor, sentiríamos que el único camino justo y verdadero es seguir la dirección que él nos ha indicado en primer lugar».
“Esfuérzate en la gracia” (cap. 2:1). Dios obra hacia nosotros como el Dios de toda gracia. Esta gracia es “en Cristo Jesús”, buscando su comunión. Creciendo “en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” seremos fortalecidos (2 Pedro 3:18).
Por último, “acuérdate de Jesucristo... resucitado” (2 Timoteo 2:8). Sin duda recordamos con agradecimiento y adoración a un Salvador muerto por nosotros. “El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él” (Juan 6:56), ejercicio que tenemos ante nosotros constantemente. Mejor aún, ¡y qué inmenso privilegio! podemos contemplar a un Cristo vivo, nuestro sacerdote ante Dios, “según el poder de una vida indestructible”; “puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (Hebreos 7:16, 25). Su resurrección es el sello divino puesto sobre su obra. Mediante ella el Señor Jesús “fue declarado Hijo de Dios con poder” (Romanos 1:4).
Hacia Jesús alza la mirada,
Contempla su maravilloso rostro,
Y las cosas de la tierra
Palidecerán poco a poco,
Si hacia Jesús alzas la mirada.