Timoteo

Siervo de Jesucristo

Guardar la fe

En diversas porciones del Nuevo Testamento, y muy especialmente en la epístola a Timoteo, la “fe” tiene un doble sentido.

Primeramente es el hecho de creer. Como se ha dicho, es la «adhesión de todo el hombre» a la revelación divina: “La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Romanos 10:17). Sin duda es necesaria la inteligencia, el corazón, el sentimiento y también la voluntad: “El que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente” (Apocalipsis 22:17). Respecto al caminar del creyente,

Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción (persuasión interior) de lo que no se ve
(Hebreos 11:1).

Pero “la fe” también significa todo lo que se cree: toda la revelación de Dios, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, centrada en Cristo; el conjunto de doctrinas que se relacionan con Él mismo; el conjunto de las benditas verdades confiadas a los fieles.

Así, cuando en 2 Timoteo 1:5 el apóstol habla de “la fe no fingida”, la fe es el hecho de creer. Por el contrario, estar “nutrido con las palabras de la fe y de la buena doctrina” (1 Timoteo 4:6) abarca el conjunto de la revelación que Dios nos ha dado, pero las dos expresiones están enlazadas íntimamente. No siempre podemos distinguir si tal texto apunta a la acción de creer o al objeto de la fe. En efecto, ¿qué es lo que la fe recibe, si no es la revelación divina? Las enseñanzas de la Palabra pueden ser consideradas con gran cuidado bajo diversos aspectos; pero si no las aceptamos por fe como provenientes de Dios, lo máximo que podemos sacar de ellas es una filosofía cristiana. Así, no podemos guardar “la fe” (1 Timoteo 1:19) sin que estos dos aspectos se hallen unidos.

El abandono de la fe

Respecto a este asunto las dos epístolas contienen diversas expresiones, y cada una tiene su sentido particular y sus motivos concretos.

En 1 Timoteo 1:6 algunos se desviaron de la fe y se volvieron a una vana palabrería, bajo pretexto de ser doctores de la ley, mezcla del judaísmo y del cristianismo que lleva a apartarse de la simplicidad en cuanto a Cristo. 

En 1 Timoteo 1:19 algunos “naufragaron en cuanto a la fe” porque desecharon una buena conciencia. La fe viva está ligada a la conducta y al caminar del creyente. Las tres cosas subrayadas por el apóstol:

El amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida
(1 Timoteo 1:5),

están íntimamente ligadas. Si las faltas no juzgadas se acumulan, la conciencia se embota; la nave que partió bien sobre el mar de la vida puede naufragar. El desastre aquí no tiene por origen los motivos ni los razonamientos, sino las motivaciones, los sentimientos, las faltas que dificultan y destruyen la comunión con Dios.

En 1 Timoteo 4:1 “algunos apostatarán de la fe”. Esto es consecuencia directa de una influencia satánica –espíritus engañadores, enseñanzas de demonios– que desemboca en mandamientos, ritos, abstenciones, dando una fachada respetable pero muy alejada de la sincera fe en el Señor Jesús. En nuestros días la influencia de las religiones orientales, del espiritismo o de un cristianismo degenerado, desemboca en las observancias y las abstenciones más o menos ascéticas, cauteriza la conciencia y aparta de la verdadera fe cristiana (véase Colosenses 2:20-23).

1 Timoteo 5:8 pone ante nosotros una expresión inesperada en ese contexto: negar la fe. ¿Por qué causa? ¡Por no tener cuidado de su familia, en particular de sus padres! El testimonio cristiano es cuestionado, puesto que la fe es llamada a rendirlo mostrando primeramente su piedad hacia su propia casa, dando a nuestros padres los cuidados que nosotros hemos recibido. ¡Qué contraste con las teorías actuales tan nefastas, las cuales afirman que los hijos, no habiendo pedido nacer, no tienen ninguna obligación hacia sus padres! Esta enseñanza es totalmente opuesta a la Palabra de Aquel que, en su gracia, desea confiar hijos a padres creyentes, a fin de que los críen para el Señor (y no simplemente «dejándolos crecer»), guiándolos en el camino de la fe. Los hijos son, a su vez, llamados a ser agradecidos con sus padres, muy especialmente cuando la viudez, las enfermedades o la vejez los han hecho más dependientes de los cuidados que pudieran recibir. “Honra a tu padre y a tu madre... para que te vaya bien” (Efesios 6:2-3). Es claramente según Dios que, para casarse, el hombre dejará “a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer”. Se forma una nueva familia, en la cual el marido tiene especialmente la responsabilidad de sustentar y amar. Pero esto ciertamente no impide el afecto y el agradecimiento hacia aquellos que tuvieron cuidado de nosotros en nuestra infancia.

En 1 Timoteo 6:10 algunos “se extraviaron de la fe”. El amor al dinero, la voluntad tenaz de adquirir bienes materiales, la influencia de una prosperidad que marca nuestro tiempo y ciertas regiones, pueden conducir a toda clase de males y dolores. Estas son las espinas de la parábola del sembrador. “Los afanes de este siglo, y el engaño de las riquezas, y las codicias de otras cosas, entran y ahogan la Palabra, y se hace infructuosa” (Marcos 4:19). Esto no significa que debamos ser perezosos o esforzarnos menos en cuanto a nuestro trabajo. En el libro de los Proverbios la diligencia es particularmente recomendada; Dios puede permitir que haya un resultado material más o menos abundante, por lo cual es necesaria la exhortación a no poner “la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos”; y sobre todo a hacer el bien, a ser “ricos en buenas obras, dadivosos, generosos; atesorando para sí buen fundamento para lo porvenir” (v. 17-19). Todo el poder y la gracia de Dios son necesarios para guiarnos en este ámbito (Marcos 10:23-27).

En 1 Timoteo 6:21 algunos “se desviaron de la fe”, profesando la “falsamente llamada ciencia”. ¿Qué podemos entender por este término? Aparentemente lo que Colosenses 2:18 expresa por “entremetiéndose en lo que no ha visto”. Esto fue, más tarde, la «gnosis» que ya estaba germinando en las especulaciones ociosas sobre los ángeles, su origen, sobre el más allá, y en breve sobre todo aquello que Dios no juzgó bueno revelarnos. Apliquémonos a entrar en los pensamientos de Dios tal como nos son presentados en su Palabra, en toda su Palabra; pero no busquemos, con el pretexto de conocimiento, «destapar» lo que él no ha juzgado bueno revelarnos o especificarnos. Notemos, de paso, que nuestro versículo no tiene en vista el conocimiento científico. La revelación divina por una parte, y por la otra lo que la inteligencia humana, tal como Dios la dio, descubre en relación a los fenómenos naturales, son dos ámbitos paralelos que no se deben poner en oposición ni en contradicción. Si nuestros conocimientos actuales sobre lo creado van más allá de los de nuestros antepasados, son sin duda todavía muy débiles frente a todo lo que existe, que la ciencia explora poco a poco, y utiliza con diversos objetivos, ¡los cuales no siempre son favorables! Debemos velar por no hacer decir a la Biblia lo que ella no dice. Ella no es ni un libro de historia, ni una obra de ciencia, sino la revelación de Dios centrada en Jesucristo.

En 2 Timoteo 2:18 tenemos un estado de cosas particularmente grave. Los que se apartaron de la verdad, “trastornan la fe de algunos”. Comienzan con discursos vanos y profanos, ponen en duda algunas verdades, aquí la confusión de la resurrección del alma y la del cuerpo; luego, yendo más lejos en sus enseñanzas, “su palabra carcomerá como gangrena”. Uno absorbe poco a poco ideas nuevas; empieza a dudar sobre diversas verdades recibidas... esto va minando por dentro y de repente, el edificio de la fe se desploma: “trastornan la fe”. ¿Qué hacer en tal caso? El apóstol es muy categórico: Evita... apártese... límpiese, huye...

Evita las profanas y vanas palabrerías... el siervo del Señor no debe ser contencioso.

2 Timoteo 3:8 pone ante nosotros la expresión que señala los difíciles tiempos de los últimos días: “Réprobos en cuanto a la fe”. Toda doctrina, toda influencia, toda realidad cristiana han sido abandonadas; puede subsistir una fórmula de piedad, pero sin poder. Se busca el propio placer a expensas de los demás; se quiere gozar de la vida en el presente; el afecto natural desaparece, poco importan los padres; se busca la voluptuosidad, y si sus fuentes habituales y corrompidas ya no son suficientes, se agregan las artificiales. Todo lo que es cristiano se echa completamente por la borda: “Su insensatez será manifiesta”.

¿Cómo guardar la fe?

El apóstol se dirige a Timoteo como a su “verdadero hijo en la fe” (1 Timoteo 1:2). Había nacido de nuevo; poseía esa “fe no fingida”, base de todo, que el apóstol había notado rápidamente (2 Timoteo 1:5).

Un joven que por la fe se ha convertido en un hijo de Dios necesita estar “nutrido” con las palabras de la fe y de la buena doctrina (1 Timoteo 4:6). No se puede ser “buen siervo de Jesucristo” sin haber asimilado desde la juventud y a lo largo de la carrera este alimento indispensable. También, dice el apóstol:

Ocúpate en estas cosas; permanece en ellas, para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos (v. 15).

Y en la segunda epístola agrega: “Considera lo que digo, y el Señor te dé entendimiento en todo” (cap. 2:7). Es necesario un esfuerzo y una energía perseverante para considerar los escritos inspirados de los apóstoles, o como dicen los Proverbios, para “adquirir sabiduría”. Pero este esfuerzo sería vano si el Señor no diese el entendimiento. Salomón lo expresa en estos términos: “El Señor da la sabiduría” (Proverbios 2:6). Por un lado hay que adquirirla, y por el otro, recibirla. Lo uno no va sin lo otro. El Señor da; esta no es ninguna excusa para no adquirir; pero adquirir sin él desembocará en un conocimiento estéril. Debemos adquirir, pero también permanecer en las cosas que hemos aprendido y de las cuales hemos estado plenamente convencidos (2 Timoteo 3:14). No hay que abandonarlas, sino profundizar en ellas, recordando que “toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia”. Nuestros predecesores serán llevados progresivamente con el Señor; y si él no viene antes, una nueva generación tendrá la responsabilidad de transmitir a otros los tesoros recibidos. ¿Cómo lo harán si no han sido nutridos ni han permanecido en las cosas que la Escritura les ha revelado? Por último, Pablo exhorta a Timoteo a seguir la fe (1 Timoteo 6:11). Pedro lo resalta exhortando a los creyentes a añadir a su fe la virtud, a la virtud, el conocimiento... (2 Pedro 1:5). El seguir implica energía, perseverancia y un profundo deseo. “Echa mano de la vida eterna”, dice el apóstol; no dejes escapar lo que has recibido; crece en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

Guardar

1 Timoteo 1:19 hace énfasis sobre guardar la fe y una buena conciencia. En el capítulo 6:13-14 el apóstol dice: “Te mando... que guardes el mandamiento sin mácula ni reprensión, hasta la aparición de nuestro Señor Jesucristo”. Con toda la seriedad de la autoridad apostólica, Pablo da una orden. La revelación divina que nos es confiada es, bajo este aspecto, un “mandamiento”. Por encima de todo es importante guardarlo estrictamente, incluso si no lo comprendemos enteramente, si no asimos ni explicamos todo. Si la Escritura no siempre nos es clara (subjetivamente), no debemos dudar de ella, sino esperar que Dios nos haga asir y comprender sus pensamientos. Está claro que la Palabra nos aporta gozo y consolación (Romanos 15:4), pero también está revestida de toda la autoridad del Señor y requiere toda nuestra obediencia.

En la segunda epístola a Timoteo el apóstol subraya la importancia de guardar “el buen depósito por el Espíritu Santo que mora en nosotros” (cap. 1:14). Acababa de recomendar a Timoteo que tuviese un modelo de las sanas palabras que había oído de él. Ese modelo ha tomado para nosotros la forma inspirada de las epístolas del apóstol, quien ha “completado la Palabra de Dios”. Estas enseñanzas apostólicas deben transmitirse a las nuevas generaciones con cuidado y fielmente para que, cuando los que han enseñado partan con el Señor, otros puedan tomar su lugar e instruir a su vez a los jóvenes que vienen después de ellos (cap. 2:2). La memoria e incluso la inteligencia no son suficientes; el Espíritu Santo que habita en nosotros es el único que puede concedernos el guardar y transmitir ese buen depósito de una manera viva y eficaz.

El apóstol concluye su primera epístola con esta insistente exhortación:

Oh Timoteo, guarda lo que se te ha encomendado (cap. 6:20).

A través de las edades, la misma voz se dirige hoy a nosotros, con la conciencia de que lo que nos ha sido confiado es el conjunto de la revelación divina. Viendo que el tiempo de su partida estaba cerca, el apóstol pudo decir: “He guardado la fe”. ¡Qué testimonio cuando al final de su carrera un apóstol, o tal vez un simple creyente, no se ha quedado en el camino, no se ha dejado desviar ni arrastrar, no ha naufragado ni abandonado las realidades espirituales, sino que simplemente, en la comunión con el Señor, ha “guardado la fe”!

Timoteo se iba a quedar solo, sin el apoyo que durante dieciséis años lo había acompañado en ese camino de la fe, en el cual había encontrado muchos sufrimientos y motivos de desánimo. ¿Qué acontecería con él? ¿Cuál sería su recurso en el torbellino de pensamientos que las circunstancias y el enemigo no dejarían de suscitar en su ser? El apóstol deseaba para Timoteo que ese mismo Amigo conocido desde hacía mucho tiempo, el Señor Jesucristo, estuviese “con su espíritu” (2 Timoteo 4:22). Jesucristo era Aquel que se había revelado al apóstol en el camino a Damasco, quien después de la visión en el templo lo envió lejos hacia las naciones, quien en la prisión de Jerusalén se mantuvo cerca de él para animarlo, ese fiel Señor que había estado tan cerca y lo había fortalecido en su último proceso, y que lo libraba de toda mala obra.

¡Qué deseo supremo tenía el apóstol! Eran las últimas palabras de un hombre para quien el vivir era Cristo.