Timoteo

Siervo de Jesucristo

La infancia y la juventud

Leer previamente Hechos 16:1-3; 2 Timoteo 1:5; 3:14-15

La familia

Nos es dicho claramente que la madre de Timoteo, Eunice, era una “judía creyente”. La misma “fe no fingida” ya habitaba en su abuela Loida. Dos mujeres criadas en el judaísmo, las cuales tenían la misma fe en Dios que Pablo, quien servía a Dios desde sus “mayores” (2 Timoteo 1:3), es decir, la fe de un judío piadoso según las Escrituras del Antiguo Testamento.

El padre de Timoteo, por el contrario, era griego; al no haber ningún comentario acerca de él, en contraste con la madre “creyente”, bien podemos pensar que él no tenía la misma fe que su esposa. Su hijo no había sido, pues, circuncidado.

He aquí una familia dividida: una madre piadosa y un padre por lo menos indiferente. ¿Cómo pudo Eunice llegar a casarse con un hombre de las naciones, en clara contradicción con la ley que ella conocía bien? La Palabra no nos dice nada sobre este asunto, pero el problema estaba ahí, como también lo está en muchas familias hoy en día.

Una situación semejante puede provenir de la conversión de uno de los cónyuges después del casamiento, en tanto que el otro permanece alejado de la fe cristiana. También resulta de un matrimonio –por supuesto, contrario a la Palabra según 2 Corintios 6:14-15– en el cual un hijo o hija de Dios se casa con un incrédulo. Lo mismo sucede cuando un creyente se une a una persona que aparentemente profesa la fe cristiana pero que luego se enfría: su fe no era real, o solamente había recibido una educación cristiana, o bien el enemigo ha logrado desviarla, al menos por un tiempo.

¡Cuán difícil es, en tales casos, criar a los hijos en el temor del Señor, en la disciplina y amonestación del Señor (Efesios 6:4)! Esta situación dolorosa la padecen muchas madres cristianas, a las cuales sin embargo Dios puede proveer, como lo hizo para Timoteo. Eunice no se dejó detener por su marido en la educación de su hijo. “Desde la niñez” este joven conoció las Sagradas Escrituras. Sin duda Eunice puso en práctica la exhortación dada a los hijos de Israel :

Estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos
(Deuteronomio 6:6-9).

Ella debió aceptar que su hijo no fuera circuncidado, pero en cuanto a la enseñanza de la Palabra de Dios, ella misma se encargó de hacerlo.
Pero para que el hijo naciera a la vida divina se necesitaba más: una obra de Dios y la fe personal.

La conversión

Que el trabajo de Dios se haya hecho en Timoteo es una consecuencia de 2 Timoteo 3:14-15: desde la infancia había “conocido” las Sagradas Escrituras, las cuales tenían el poder de hacerlo sabio para la salvación mediante “la fe que es en Cristo Jesús”. Luego había “aprendido”, quizás de la misma boca de Pablo, todo lo concerniente al Evangelio y a las verdades relacionadas con él. En una palabra, había sido plenamente persuadido. Aprender no es suficiente, por indispensable que sea. También es necesaria una convicción íntima y personal, la cual solo puede estar basada sobre la Palabra de Dios, volviendo continuamente a la fuente, fundamento de toda seguridad, bajo la enseñanza del Espíritu de Dios.

Podemos, pues, discernir cuatro etapas en el desarrollo de una vida cristiana:

  • El conocimiento de las Escrituras adquirido en la familia cristiana, en la escuela dominical, en las reuniones;
  • La fe que afirma que Dios es veraz, que recibe su Palabra en la conciencia y en el corazón, y que se apega a la persona del Señor Jesús, único Salvador.
  • El crecimiento en las cosas de Dios, ¿cómo obtenerlo si se olvidan de la importancia de estudiar la Palabra y asistir a las reuniones? Aprovechamos el ministerio oral, sin olvidar el ministerio escrito, que se halla a nuestra disposición, al cual un joven debería consagrar al menos un momento regular cada día.
  • La convicción personal. Esta no es la consecuencia solamente de lo que hemos conocido o aprendido bajo la influencia de otro, sino que es operada por la gracia y por el Espíritu de Dios, cuando consideramos de cerca las verdades de la Palabra:

Considera lo que digo, y el Señor te dé entendimiento en todo
(2 Timoteo 2:7).

¿Cuándo se operó este trabajo de la gracia en Timoteo?

Durante el segundo viaje de Pablo, a su llegada a Derbe y a Listra, “había allí cierto discípulo llamado Timoteo”. Él no solo era un hijo de Dios, sino un discípulo conocido como tal. Los hermanos de la región daban buen testimonio de él. Su conversión había sido, pues, anterior.

Durante su primer viaje Pablo había pasado a Iconio, a Listra y a Derbe (Hechos 14). Una gran multitud de judíos y griegos había creído. Él mismo y Bernabé habían sido dolorosamente perseguidos, persecución tal que al final de su vida Pablo todavía guardaba un doloroso recuerdo. Así escribió a Timoteo: Tú

Has conocido perfectamente... mis persecuciones, mis padecimientos: sabes cuales cosas me sucedieron en Antioquía, en Iconio, en Listra; qué persecuciones sufrí
(2 Timoteo 3:10-11, V. M.).

Estos versículos nos muestran que Timoteo debió ser testigo de esas terribles persecuciones. Se dio cuenta de que estas no se dirigían a un malhechor, o a un político que se levantaba contra la ocupación romana, sino que eran debidas a la fe del apóstol (comparar con Filipenses 1:13). Con motivo de esa primera visita de Pablo por su región, el hijo de Eunice fue seguramente puesto en contacto con el Evangelio. Pudo ver de cerca las consecuencias de acompañarlo públicamente. Tal vez estuvo entre aquellos discípulos que rodearon a Pablo después de haber sido lapidado (Hechos 14:20). Después de una breve ausencia, Pablo y Bernabé volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía, “confirmando los ánimos de los discípulos, exhortándoles a que permaneciesen en la fe, y diciéndoles: Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios” (v. 22).

Entre estos dos pasajes de Pablo por Listra y su segundo viaje transcurrieron alrededor de cuatro años. Antes del primer viaje, Timoteo y su familia sin duda no conocían el Evangelio, pero en el segundo viaje de Pablo, Timoteo era un discípulo del que se tenía un buen testimonio. Las persecuciones de las cuales había sido testigo marcaron su carácter, como también lo animaron a perseverar “en la fe” (v. 22). Perseverar a pesar de los sufrimientos es lo que destaca del ejemplo del apóstol y de sus exhortaciones a su querido discípulo.

Para permanecer fiel es necesario el poder de Dios, en respuesta a la oración: “Habiendo orado con ayunos, los encomendaron al Señor en quien habían creído” (v. 23).

El llamamiento

Según Hechos 16:3, con motivo del segundo viaje de Pablo, Timoteo entró en el servicio activo para el cual había sido preparado.

Timoteo era un “discípulo” de quien “daban buen testimonio” los hermanos de su propia asamblea y los de la región (v. 2). Se habían dado “profecías” en cuanto al don de gracia que Dios le impartiría (1 Timoteo 1:18; 4:14). Él había recibido este don de gracia, más concretamente de pastor y maestro. Los ancianos de su región estaban seguros de ello y le habían manifestado su comunión mediante la imposición de las manos. Pablo mismo recuerda haber hecho otro tanto (2 Timoteo 1:6), pues apoyaba a su joven compañero.

El nacimiento a la vida divina por la fe, el desarrollo de esta vida mediante el apego a las Escrituras, el testimonio práctico de la conducta que los demás pueden ver en nosotros, el don de gracia de Dios, confirmado por la comunión que los hermanos con discernimiento pueden dar son la base de todo servicio.

¡Conociendo estos antecedentes, Pablo “quiso” que Timoteo fuera con él! En el apóstol había, sin duda, una agudeza espiritual que pocos hombres han poseído; sin embargo, el ánimo que los hermanos de más edad han podido dar a los jóvenes al principio de su servicio para el Señor, con frecuencia ha sido decisivo para su carrera cristiana. “No impongas con ligereza las manos a ninguno”, escribió el apóstol a Timoteo (1 Timoteo 5:22). Pero cuando la vida de Dios lleva su fruto, cuando el testimonio práctico responde a lo que uno ha recibido, y el Señor manifiesta que ha llamado a un joven a servirle, entonces sería propio, como lo hizo el apóstol, con discernimiento, animarlo, sostenerlo y serle de ayuda.

Pablo, “tomándole”, lo llevó con él. Parece que hubo como un desgarramiento. Tal vez hubo alguna vacilación de parte de su familia: una madre, por piadosa que sea, no se separa tan fácilmente de su hijo para verlo partir lejos en circunstancias difíciles. El propio Timoteo, ¿temía comprometerse en una senda donde encontraría sufrimientos y oposición, peligros y pruebas? Fuera lo que fuera, la decisión de Pablo influenció en la de su compañero.

Sin embargo, antes de partir, Pablo “lo circuncidó”; medida un poco extraña de parte del apóstol. En efecto, para los judíos, él no podía estar circuncidado, pues su padre era griego (ver Esdras 9 y 10; Nehemías 13:23-31). Bajo la ley, el hijo de un matrimonio mixto era impuro. Bajo la gracia sucede lo contrario: si uno de los dos cónyuges es creyente (1 Corintios 7:14), los hijos son “santos”, es decir, puestos aparte, separados para Dios, beneficiarios de los privilegios del ambiente cristiano (esto no es una excusa para casarse con un incrédulo). Desde el punto de vista judío era, pues, ilegal circuncidar a Timoteo. Desde el punto de vista cristiano era hacer exactamente lo opuesto al mandato del apóstol a los gálatas:

He aquí, yo Pablo os digo que si os circuncidáis, de nada os aprovechará Cristo
(Gálatas 5:2).

¿Por qué, pues, circuncidó a Timoteo? No para darle un mérito, como lo buscaban los gálatas, sino “por causa de los judíos que había en aquellos lugares” (Hechos 16:3). Este es un ejemplo de la condescendencia del apóstol para “ganar” el mayor número de personas (1 Corintios 9:20 y siguientes). Para los judíos, se hacía como judío; para los que estaban bajo la ley, como si él mismo estuviera bajo la ley, sin estarlo en realidad.

Para Timoteo era una prueba dolorosa y humillante (ver Génesis 34:25), como un precio a pagar para introducirse en el servicio. Sin duda a nosotros nunca se nos pedirá lo mismo, pero siempre habrá algo que nos cueste: renunciar a diversas cosas, incluso a algunas que aparentemente son buenas; la incomprensión del entorno o de amigos queridos; el aislamiento espiritual según los lugares a donde el Señor nos envíe; renunciamiento a una profesión amada; pérdida de consideración en ciertos medios, etc. Sin duda los llamamientos son muy diversos, e igualmente los renunciamientos. Muchos servicios se cumplen en el marco ordinario de la vida. Sin embargo, siempre será actual esta palabra de Jesús: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mateo 16:24). “El que ama su vida, la perderá... Si alguno me sirve, sígame” (Juan 12:25-26). No es por nada que el apóstol repite a Timoteo:

Participa de las aflicciones
(2 Timoteo 1:8; 2:3).

De modo que Pablo, Silas y Timoteo partieron. El joven aprendió ese servicio itinerante, agotador y peligroso, que los llevó de Licaonia a Frigia, Galacia, Misia, Troas, luego a Macedonia, donde el Evangelio penetró por primera vez en Europa.