Timoteo

Siervo de Jesucristo

El servicio

El servicio confiado a Timoteo, tal como está relatado en los Hechos y en las epístolas, reviste dos aspectos:

– Se cumplió en compañía de Pablo, según el deseo del apóstol, quien quiso que Timoteo fuera con él en varios de sus viajes (Hechos 16:3). El apóstol también lo asocia a él para escribir seis de sus epístolas.
– En otras ocasiones el joven Timoteo fue delegado por Pablo para realizar, a menudo con otro compañero, una misión particular en una asamblea o región.

Con Pablo

¿Habrá mejor preparación para un joven llamado al servicio del Señor que acompañar a un siervo de más edad? Aprenderá cómo conviene comportarse, cómo actuar o no actuar; participará de los ejercicios que se encuentran en toda obra para el Señor.

De la misma manera el joven Eliseo acompañó en otro tiempo a Elías; “le servía” (1 Reyes 19:21), y “echaba agua sobre las manos de Elías” (2 Reyes 3:11, V. M.). El día en que su amo fue llevado al cielo en un carro de fuego, él recibió una doble porción del espíritu que reposaba sobre Elías y vino a ser igualmente un profeta. Directamente responsable ante Dios, fue de bendición para el pueblo.

En el Nuevo Testamento, frecuentemente los siervos son enviados al menos de dos en dos. Cuando el Señor llamó a los doce en Marcos 3:14, antes de enviarlos a predicar el Evangelio y a sanar enfermos, primeramente los estableció “para que estuviesen con él”. Más tarde salieron de dos en dos predicando el arrepentimiento y haciendo diversos milagros (Marcos 6:7-13).

En Hechos 8:14 los apóstoles enviaron a Pedro y Juan a Samaria. Inicialmente Bernabé fue solo a Antioquía (Hechos 11:22), pero luego fue a Tarso en busca de Saulo; y juntos, durante todo un año, enseñaron en la asamblea.

A lo largo de sus diversos viajes, Pablo casi siempre estuvo acompañado por uno o varios hermanos. Así se llevó a Timoteo, queriendo que “este fuese con él” (Hechos 16:3). El joven discípulo acompañaría al apóstol en diversas provincias de Asia, luego en Macedonia, Filipos, Tesalónica, Berea (Hechos 17:14). Más tarde se reunió con Pablo en Corinto (cap. 18:5), donde cumplió un ministerio paralelo al del apóstol (2 Corintios 1:19). Parece que no fue con Pablo en su regreso a Jerusalén (Hechos 18:21); pero en el curso de su tercer viaje volvemos a verlo en Éfeso, en donde Pablo había pasado más de dos años. Era expresamente uno “de los que le ayudaban” (Hechos 19:22).

Después de haber visitado nuevamente Macedonia y Grecia, Pablo emprendió el último viaje hacia Jerusalén. Timoteo estaba entre sus compañeros (Hechos 20:4). Nada más es dicho de él, hasta que lo hallamos nuevamente en Roma con el apóstol, a quien se une en la suscripción de sus epístolas de la cautividad (excepto Efesios); en Filipenses 2:19 se ve claramente que Timoteo estaba cerca de su padre espiritual. En cierto momento estuvo prisionero (Hebreos 13:23). Ignoramos si fue simultáneamente con Pablo en Roma o en otra ocasión.

Primeramente hubo un período de formación, luego, como veremos a continuación, diversas «delegaciones» entre las cuales Timoteo se halla de nuevo al lado del apóstol, sirviéndole, aprendiendo de él, para luego transmitir a otros lo que así había aprendido (2 Timoteo 2:1-2).

El enviado del apóstol

Sin duda Pablo poseía una autoridad apostólica de la cual estaba revestido, ¿pero podía por ello «ordenar» a sus compañeros tal o cual servicio o misión, o confiarles tareas con frecuencia delicadas? En cuanto a nosotros, no nos corresponde dirigir u ordenar siervos, ya que dependen directamente de su Maestro, hacia el cual son responsables. Sin embargo, el ejemplo de Pablo tiene un alcance para nosotros; imitando muy por debajo de lo que conviene la práctica del apóstol, puede ser oportuno indicar tal servicio a un joven, o mostrar una necesidad, para que un ejercicio apropiado sea producido en la dependencia del Señor; si Dios lo confirma directamente a su servidor, este podrá andar por el camino indicado, sin que ninguna presión sea ejercida sobre él.

En el libro de los Hechos y en las epístolas encontramos por lo menos cuatro ocasiones en las que Pablo confía a su joven compañero un servicio particular.

Silas y Timoteo se habían quedado en Berea; ellos recibieron la orden de reunirse con el apóstol (Hechos 17:15). Pero 1 Tesalonicenses 3:2 relata que Pablo deseaba, tal vez por un intermediario, enviar a Timoteo a Tesalónica. Los nuevos convertidos de esta ciudad estaban expuestos a diversas persecuciones, y Pablo estaba preocupado por su fe. Misión feliz para Timoteo ir a los tesalonicenses tan llenos de frescura; pero él hubiera podido dudar de sí mismo, o vacilar en cuanto a ir a un lugar donde reinaba una persecución particularmente cruel. No vemos en él ninguna indecisión; y cuando con Silas se reunió con el apóstol en Corinto (Hechos 18:5), trayendo las buenas nuevas de la fe y del amor de los tesalonicenses, todo era hermoso y consolador para Pablo y sus compañeros. ¿Llevaba Timoteo también una ofrenda de las asambleas, lo cual permitía a Pablo consagrar todo su tiempo a la Palabra? (comparar con 2 Corintios 11:8). Podríamos inferirlo por el hecho de que después del regreso de Silas y Timoteo, Pablo, que ya no estaba obligado a hacer tiendas, pudo estar absorto en la Palabra y durante un año y seis meses consagrarse enteramente a la obra del Señor en esta ciudad.

En Corinto

En el pasaje de Hechos 19:22 vemos que Timoteo estaba en Efeso. De allí Pablo lo envió a Macedonia con Erasto. Según 1 Corintios 4:17 y 16:10, Timoteo debía, entre otras cosas, ir a Corinto. Misión bien difícil en una asamblea imbuida de sus privilegios, llena de disensiones y desórdenes, de mal moral y disputas, sin hablar de los errores doctrinales. Podemos comprender que Timoteo tuviese temor. Pablo debió recomendarlo especialmente a los corintios: “Él hace la obra del Señor así como yo”. En su segunda epístola a los corintios, Pablo se asocia a Timoteo. Acababa de recibir en Macedonia mejores noticias de Corinto por medio de Tito (2 Corintios 7:6, 13-15).

En Filipos

En Filipenses 2:19-24 encontramos una tercera delegación de Pablo a Timoteo. Este se encontraría con Epafrodito en Filipos, misión ciertamente más fácil que en Corinto: llevar a los filipenses noticias de Pablo e informar a Pablo del estado de sus “asuntos”. Qué hermoso testimonio dio Pablo de Timoteo en esta ocasión: “A ninguno tengo del mismo ánimo, y que tan sinceramente se interese por vosotros”. ¿No nos gustaría tener también esta sincera solicitud, especialmente hacia los siervos del Señor que se hallan lejos, que frecuentemente pasan por circunstancias difíciles, en su familia, en su salud, como también en su servicio? Las noticias precisas y recientes permiten orar por ellos más inteligentemente y testificarles este cuidado no solamente en el ámbito material, sino mediante el interés afectuoso, la correspondencia o cualquier otro medio a través del cual el Señor nos permita hacerlo.

En Efeso

Finalmente, en 1 Timoteo 1:3, el apóstol confía un servicio particular a su amado hijo, esta vez en Efeso, donde Timoteo debía quedarse. Pablo esperaba reunirse con él allí más tarde (1 Timoteo 3:14).

Solo conocemos aproximadamente la continuación de estos sucesos. Después de dos años de prisión, Pablo habría sido liberado. Entre los años 63 y 66 recorrió nuevamente el Oriente Próximo, visitando diversas asambleas. En la segunda mitad del año 66, al principio de las persecuciones por Nerón, habría sido detenido, probablemente en presencia de Timoteo, pues el apóstol recuerda las lágrimas que este derramó, sin duda en esta ocasión (2 Timoteo 1:4).

Pablo, llevado a Roma, sufrió un segundo encarcelamiento mucho más duro que el primero. Su compañero aparentemente permaneció en Efeso, como podemos pensarlo por el pasaje de 2 Timoteo 1:18, sin que se pueda afirmar absolutamente.

Dieciséis años habían transcurrido desde que el apóstol quiso que Timoteo fuera con él. Años de comunión en los cuales el joven aprendió en la escuela del apóstol; años cargados de responsabilidades, durante los cuales realizaba diferentes oficios, relativamente fáciles en Tesalónica y Filipos, en el gozo y la comunión con los creyentes; bien delicados y difíciles en Corinto, a donde fue con tanto temor; particularmente arduos en Efeso, en una asamblea que poco a poco abandonaba su primer amor, y donde se introducían muchos errores y dificultades.

Procura venir pronto (2 Timoteo 4:9-16, 22)

El apóstol ya era un “anciano” y estaba solo; la mayoría de sus compañeros de milicia se habían ido a diversos lugares para cumplir la obra del Señor. Uno de ellos lo había abandonado, “amando este mundo”. En su primera defensa nadie estuvo con él; ninguno quiso arriesgarse a ser testigo de descargo ante el tribunal imperial. Alejandro mostró mucha maldad hacia el apóstol. Cuando Onesíforo fue de Efeso a Roma para visitar a Pablo, tuvo que buscarlo diligentemente, lo que parece indicar que en ese momento, en la asamblea de Roma, no se sabía dónde se hallaba el apóstol o no se quería saberlo. Para preservar al anciano del frío del invierno, Timoteo debía llevarle, desde la lejana Troas, el abrigo que había dejado en casa de Carpo. ¿Por qué nadie en la asamblea de Roma podía proveerle uno?

Comprendemos el profundo deseo de Pablo de ver una vez más a su querido hijo y la doble exhortación a apresurarse a ir pronto a verlo, antes del invierno. No sabemos si Timoteo pudo volver a ver a su padre en la fe; la Palabra no nos dice nada sobre este asunto. Tampoco nos relata el martirio del apóstol, ni el de Pedro y el de Juan. Solo por razones muy especiales, la lapidación de Esteban es mencionada en detalle, y de paso, el final de Santiago. Una sola muerte domina todo el Nuevo Testamento:

La del Señor Jesús; solo ella debe ser siempre, en toda su grandeza, el objeto de nuestra adoración.

¡No se veneran las reliquias o los lugares especiales! Se nos oculta a Pedro que deja la casa de María y se va; a Pablo solitario en la prisión; a Timoteo que deseaba tanto reunirse nuevamente con su padre espiritual, sin saber si podría hacerlo. Si los hombres hubieran compuesto la Biblia, ¡qué hermosa escena hubiera podido ser descrita sobre Timoteo reencontrándose con Pablo, pasando con él los últimos momentos de vida del viejo apóstol en esta tierra, conducido por la vía de Ostia para ser decapitado. Conocemos este último hecho por la historia, pero la Palabra misma ha querido guardar silencio sobre este asunto, a fin de que solo Cristo permanezca ante nuestros ojos.

Pero, ¡qué testimonio subsiste de aquel que, conducido por el Espíritu de Dios, se llama a sí mismo siervo de Jesucristo... “predicador y apóstol... maestro de los gentiles en fe y verdad” (1 Timoteo 2:7)! Cuando seguimos a Cristo, lo vemos caminar a la cabeza como Jefe y consumador de la fe. Detrás de él vienen aquellos que nos son presentados como ejemplo, a los cuales somos llamados a imitar (Filipenses 3:17), por ejemplo Pablo, Timoteo… ¿Olvidaremos a los que hemos conocido, y para quienes el Señor Jesucristo fue el gran objeto de su corazón?

Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la Palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe
(Hebreos 13:7).