Los cielos abiertos

Meditaciones sobre la epístola a los Hebreos

Capítulo 13

Estamos llegando al final de la epístola y aquí encontramos, como en otras, cierto número de detalles. La estructura de todas las epístolas de Pablo suele comenzar por la doctrina y terminar con exhortaciones. Lo mismo ocurre aquí. “Permanezca el amor fraternal”. Y luego (como un hermano puede ser forastero) dice: “No os olvidéis de la hospitalidad”. Para estimularnos a cumplir ese deber, el apóstol nos recuerda que algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles. También exhorta: “Acordaos de los presos”, y el estímulo sigue: “Como si estuvierais presos juntamente con ellos”, es decir, tomen su lugar en el Cuerpo de Cristo como prisioneros Suyos, no prisioneros en cuanto al cuerpo, sino en sentido figurado. Cuando el apóstol habla de sufrimientos soportados por causa de Cristo, apela a nosotros como miembros de su Cuerpo; pero cuando se trata de sufrir la adversidad, de ser maltratados (v. 3), apela a la vida natural: “como que también vosotros mismos estáis en el cuerpo”.

Seguidamente aparecen los deberes divinos de pureza (v. 4) y de diferenciación con el mundo (v. 5). El carácter no mundano está expresado en las palabras: “Contentos con lo que tenéis ahora”, no procurando ser más ricos mañana que hoy. Luego el Señor nos habla en el versículo 5, y nosotros le respondemos en el versículo 6. Esta es la respuesta de la fe a la gracia, la respuesta del corazón del creyente al corazón de Dios el Señor. Después exhorta sobre la sujeción:

Acordaos de vuestros pastores1 , que os hablaron la palabra de Dios.

No se trata de seguirlos ciegamente, como ocurría con los paganos, arrastrados tras los ídolos mudos (1 Corintios 12:2). ¿Debemos ser conducidos con los ojos vendados? No, debemos serlo con inteligencia: “Nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo”. Somos el pueblo vivo de un templo vivo. De modo que “considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe”, la fe que predicaron y en la cual murieron2 .

A continuación el apóstol cambia de tema y toca otro punto en el versículo 8. Este versículo:

Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos,

puede llamarse el emblema de la epístola, bajo un aspecto. Lo que quiero decir es que, como lo vimos antes, en esta epístola el Espíritu de Dios considera una cosa tras otra –⁠echando un vistazo a los ángeles, a Moisés, a Josué, a Aarón, al antiguo pacto, a los altares con sus ofrendas– y sucesivamente las pone a un lado para dar lugar a Cristo. Y no quisiéramos que fuese de otra forma. Ponemos nuestro sello a ese proceder con todo el corazón, con toda el alma. Que todo se desplace y dé lugar a Cristo, y cuando Cristo es introducido, no lo abandonemos por nada del mundo. Esto es lo que tenemos en el versículo 8. Por un instante el apóstol considera el objeto de la epístola:

He desplazado todo para introducir a Cristo; ahora consérvenlo delante de ustedes.

Esta es la conclusión más preciosa de toda la enseñanza de la epístola.

Pero viene una consecuencia: “No os dejéis llevar de doctrinas diversas y extrañas”, doctrinas ajenas a Cristo. Hemos obtenido todo en Cristo; tengamos cuidado y aferrémonos a él. Si me he apropiado de Cristo como mi religión, me he apropiado de la gracia. “Buena cosa es afirmar el corazón con la gracia”. El Señor está puesto delante de nosotros como la suma de nuestra religión, una religión que exhala gracia para el pecador arrepentido. Sobre todo, no leamos el versículo 9 como si en alguna medida pudiéramos afirmar nuestros corazones con “viandas”. Observemos la puntuación: una coma separa la palabra “gracia” del final del versículo. Aquí la “gracia” está en oposición a esas viandas, que son los preceptos religiosos mencionados en otro pasaje: “No manejes, ni gustes, ni aun toques”. Estos no nos proporcionan nada, ni provecho ni honra. ¿Acumularíamos preceptos religiosos carnales? El capítulo 2 de la epístola a los Colosenses declara que en ellos no hay valor alguno, y el versículo 9 de nuestro capítulo nos dice que esas viandas “nunca aprovecharon a los que se han ocupado de ellas”. Cuando se las prueba y escudriña cuidadosamente, el resultado es que todas son para satisfacción de la carne. Desde el momento en que hallé al Señor, mi corazón se afirmó con la gracia. Se ha dicho que de todas las religiones profesadas en la tierra, la única que tiene por secreto la gracia es la religión de Dios. ¡Todas buscan apaciguar a Dios, como si ello fuese posible! La religión de Dios es la única fundada sobre la gracia. Esto es exactamente lo que nos es presentado aquí. No nos dejemos llevar por doctrinas extrañas a Cristo.

“Tenemos un altar”. ¿Cuál es el altar de esta dispensación? Es un altar exclusivamente consagrado a holocaustos, a servicios de acción de gracias. Los judíos tenían un altar para el sacrificio expiatorio, pero nosotros no tenemos altar semejante. Cristo estuvo en el altar de la expiación, y ahora nosotros ministramos como sacerdotes en un altar de servicios de acción de gracias. Recordamos que la sangre del Hijo de Dios ha sido derramada y que servimos en un altar en el que sabemos que el pecado ha sido quitado, borrado y echado tras las espaldas. Y allí, en su altar, ofrecemos un constante servicio de alabanzas. Mas aquellos que vuelven a los servicios del tabernáculo no tienen derecho, no les compete estar como sacerdotes en el altar de la presente dispensación. Muchas almas amadas por el Señor –y que le aman– luchan contra una mente legalista, pero eso es muy diferente a remplazar a Cristo por cualquier cosa, como lo hacían los gálatas, poniendo una muleta debajo de él. En esta epístola el Espíritu no disputa con las pobres almas que luchan; pero procurar la ofrenda de sacrificios expiatorios y no mantener celosamente nuestro altar para los servicios de alabanzas es blasfemar el sacrificio del Hijo de Dios.

Ahora, tras ubicarnos ante su altar, así como dentro del Lugar Santísimo, la epístola nos muestra nuestro lugar fuera del campamento. Jesús fue aceptado en el Lugar Santísimo por Dios, y fue puesto fuera del campamento por los hombres. Esas son precisamente las dos posiciones que debemos compartir con Cristo. Allí nos coloca la actual dispensación. ¿Han visto alguna vez tal gloria moral, vinculada con una criatura de Dios? ¡Llamados a salir del campamento con Cristo para llevar su vituperio! ¿Están los ángeles en una situación semejante? ¿Acaso él les dijo alguna vez: «Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis tentaciones»? Los ángeles jamás son invitados a compartir Sus dolores. Él nunca confirió a los ángeles un honor semejante. Por lo tanto, pronto la Iglesia estará más cerca del trono que los ángeles.

No tenemos aquí ciudad permanente,

pues Cristo no la tuvo.

En el versículo 16 vemos más cosas hermosas: hay otro carácter de servicio para nuestro altar, al cual somos llamados:

Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis.

En varios pasajes de la Escritura hallamos que, cuanto mayor es el gozo que tenemos en Dios, más generosos seremos los unos con los otros. Es el carácter mismo del gozo ensanchar el corazón. En Nehemías 8 vemos al profeta diciendo al pueblo: “Id, comed grosuras, y bebed vino dulce, y enviad porciones a los que no tienen nada preparado; porque día santo es a nuestro Señor; no os entristezcáis, porque el gozo de Jehová es vuestra fuerza… Y todo el pueblo se fue a comer y a beber, y a obsequiar porciones, y a gozar de grande alegría”. Un hombre feliz no puede menos que mirar a su alrededor y hacer felices a otros con él.

Después de esto el apóstol se refiere a los que actualmente tienen el gobierno (v. 17), mientras en el versículo 7 se refería a los que habían muerto. De nuevo pregunto: ¿Se trata de una sujeción ciega? No, debemos reconocerlos, pues ellos velan por nuestras almas. Un ministerio oficial sin el poder, sin la unción del Espíritu Santo, es algo que la dispensación actual desconoce; reconocer tal ministerio es entrar en un elemento corrupto y salir del elemento de Dios. Debemos mantener pura la dispensación con fidelidad a Dios. Una mera autoridad oficial solo es un ídolo.

El apóstol, este vaso del Espíritu Santo, el más poderoso que jamás haya servido en el nombre de Dios, desciende al nivel del redimido más débil: “Orad por nosotros”, y lo pido con base en la autoridad de una buena conciencia. ¿Podrían pedirle a otro que orara por ustedes si se propusieran errar? ¡Imposible! Aquí el apóstol pide que oren por él porque sabe que tiene una buena conciencia. Luego presenta un tema de oración. ¡Oh, qué familiaridad hay en la Escritura! Ella no nos saca de nuestro propio mundo de afectos y simpatías. Después el apóstol prorrumpe en su doxología.

Ahora, si recordamos lo que hemos dicho, hallaremos aquí una cosa nueva y extraña. El versículo 20 nos presenta al Señor en su resurrección, no en su ascensión. El gran tema de esta epístola, como lo hemos visto desde el principio, es Cristo visto en el cielo. Pero aquí el apóstol no va más allá de la resurrección. ¿Por qué, al terminar, hace descender a Cristo del cielo? Ha mantenido nuestra vista fija en Cristo en el cielo, y justo al concluir lo hace descender a la tierra. Sí, pues es muy grato saber que no necesitamos pasar por la muerte y la resurrección para entrar en contacto con el Dios de paz. Hemos llegado al Dios de paz cuando llegamos al Dios de resurrección. La resurrección prueba que la muerte está abolida. La muerte es la paga del pecado, y, si la muerte está abolida, el pecado está abolido, por cuanto la muerte depende del pecado, así como la sombra depende de la materia.

El pacto es llamado “eterno” porque nunca será desplazado. El antiguo pacto lo fue definitivamente; el nuevo siempre es nuevo y nunca será abrogado. La sangre es tan fresca hoy para hablar de paz a la conciencia como cuando rasgó el velo. Así, cuando venimos a la vida cotidiana, somos traídos aquí abajo para estar con toda simplicidad en compañía del

Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre

que selló para siempre la remisión de nuestros pecados. Podemos, pues, olvidarnos del pecado. En un sentido elevado, nos acordaremos siempre de él; pero en lo que respecta a nuestra condición delante de Dios, podemos olvidarnos de él para siempre.

Después el apóstol ruega para que Dios nos forme y amolde para hacer Su voluntad. El versículo 21 nos hace experimentar efectivamente cuán lejos estamos de ser “aptos en toda obra buena”, como si no nos sintiéramos en nuestro elemento cuando Dios obra para moldearnos así. Por último, concluye con unas pocas palabras, como acostumbra hacerlo al final de sus epístolas, dirigidas a los hermanos: “La gracia sea con todos vosotros. Amén”.

  • 1N. del T.: Una mejor traducción es: “Acordaos de aquellos que os guiaron” –como en la Biblia de las Américas– o, como en la Versión Moderna: “Acordaos de los que en tiempo pasado tenían el gobierno de vosotros”.
  • 2N. del A.: Como alguien dijo antes de morir: «He predicado a Jesús, he vivido a Jesús y anhelo estar con Jesús».