No importa lo bajo que haya caído un hombre; siempre hallará a uno más miserable que él, con quien podrá compararse ventajosamente. El adicto al juego menospreciará al bebedor y este mirará a un malhechor con condescendencia. En realidad, todos los vicios están latentes en nuestro propio corazón. Cuando juzgamos a otros (v. 1), damos prueba de que sabemos reconocer muy bien el mal; comprobamos así que tenemos una conciencia. Y esto nos condena a nosotros mismos cuando, a su vez, practicamos semejantes cosas. Todos los hombres tienen una conciencia.
Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal
(Génesis 3:22).
En su bondad, Dios se sirve de ella para guiarnos al arrepentimiento (v. 4), pero no nos autoriza en absoluto a emplearla para juzgar a nuestro prójimo. Solo uno tiene el derecho de juzgar: Jesucristo (v. 16; Juan 5:22; Hechos 10:42). Un día manifestará a la luz todos “los secretos de los hombres”, todos sus hechos e intenciones inconfesables, ocultados con tanto cuidado (véase Mateo 10:26). Confiésele sin tardanza sus secretos, por más vergonzosos que sean. La conciencia no es una voz hostil, sino una amiga que le dice: «Habla de esto al Señor Jesús; Él se encargará de ello».
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"