Apenas llegó a Roma, Pablo convocó a los principales de los judíos y les explicó las razones de su encarcelamiento. Mas, lejos de guardar rencor a los de su pueblo por todo el mal que le habían causado, les dio como siempre el primer lugar en la predicación del Evangelio. Incansablemente, desde la mañana hasta la noche, les expuso la verdad hasta el momento en que se retiraron (v. 25, 29; léase Hebreos 10:38-39).
Pablo permaneció dos años prisionero en Roma. Allí pudo comprobar que las cosas que le habían sucedido redundaban “más bien para el progreso del evangelio” (Filipenses 1:12-14). Durante ese cautiverio escribió varias epístolas, entre las cuales se hallan la epístola a los Efesios, Filipenses y Colosenses. No las tendríamos si hubiese tenido libertad para visitar a esas asambleas.
Además, las epístolas nos permiten seguir de alguna manera la historia del gran apóstol. Aquí el relato se interrumpe y el libro de los Hechos no tiene una conclusión. ¡Como para mostrarnos que la obra del Espíritu Santo aquí abajo todavía no se ha terminado! Mientras la Iglesia esté en la tierra, ella prosigue en la vida de cada creyente.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"