Pablo permaneció tan tranquilo en medio de la tempestad como en presencia de los gobernadores y reyes. El huracán no le impedía oír la voz de Dios, a quien pertenecía y servía (v. 23). Mientras que en la prueba los hombres a menudo manifiestan el peor egoísmo, el apóstol pensaba en la salvación de sus compañeros de viaje. Los fortaleció por medio de la palabra de su Dios y luego los exhortó a comer; él también lo hizo después de haber dado gracias a Dios en presencia de todos (véase 1 Timoteo 4:4-5).
Después de muchas peripecias y de la pérdida de la nave, todos llegaron sanos y salvos al puerto deseado (leer Salmo 107:25-30).
En esa nave, juguete de la tempestad, se puede ver una figura de la Iglesia aquí abajo. Después de haber salido con tiempo favorable, no tardó en encontrarse con el viento de las pruebas y de las persecuciones que Satanás levantó contra ella. La falta de alimento, un período de profundas tinieblas morales, el haber apelado a toda clase de reglas humanas, todo esto aconteció porque la voz de los apóstoles –en la Palabra– no fue escuchada. El día se acerca, y con él el naufragio final de la cristiandad de nombre (la nave). Pero el Señor conoce a los que son suyos en esa Iglesia que invoca su nombre, y ninguno de los que el Padre le dio se perderá (2 Timoteo 2:19; Juan 17:12).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"