Invitado a testificar ante el rey Agripa, Pablo extendió solemnemente su brazo cargado de cadenas. Como en el capítulo 22, hizo el relato de su encuentro con el Señor y de las condiciones en que su servicio le fue confiado. Habiéndole sido abiertos sus propios ojos, recibió la tarea de abrir los de los gentiles para que por la fe tuvieran acceso a la luz, la libertad, el perdón de pecados y la herencia entre los santos (v. 18; Colosenses 1:12-13).
Las circunstancias de las conversiones no se parecen. Pedro estaba en su barco cuando reconoció su estado pecaminoso. Leví estaba recaudando los tributos públicos y Zaqueo se hallaba sobre un árbol cuando el Señor los llamó (Lucas 5:8, 27-28; 19:5). El etíope fue convertido en su carro y el carcelero de Filipos en la prisión a medianoche (Hechos 8:27, 16:29 y sig.). En cambio Pablo lo fue a mediodía, cuando iba por el camino a Damasco (v. 13). Lo importante es que cada uno pueda decir dónde y cómo conoció a Jesús; y no temamos contar nuestra conversión cuando se presente la oportunidad. No se trata de vanagloriarnos, puesto que al mismo tiempo debemos hablar del triste estado en que fuimos hallados. Al contrario, al testificar de nuestro encuentro con Jesucristo, exaltamos la soberana gracia que nos sacó de allí.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"