Las maquinaciones de los judíos y sus acusaciones ante Galión no impidieron que Pablo prosiguiera su obra en Corinto. El Señor lo protegió según su promesa (v. 10).
Después volvió a ponerse en camino; pasó por Efeso, donde dejó a Priscila y Aquila; luego zarpó para Cesarea; de allí subió a Jerusalén y luego descendió a Antioquía, terminando así su segundo viaje misionero.
A partir del versículo 23 empieza el tercer viaje del incansable apóstol. Atravesó de nuevo Frigia y Galacia, donde se habían constituido iglesias que le ocasionaban muchas preocupaciones (Gálatas 1:2; 4:11). “Me temo de vosotros, que haya trabajado en vano con vosotros”.
Para entonces había llegado a Efeso otro siervo de Dios: Apolos, predicador notable por su elocuencia y poder para presentar la Palabra de Dios. Estos eran el resultado de su fervor (v. 25), porque solo se habla bien de lo que llena el corazón. “Porque de la abundancia del corazón habla la boca” (Mateo 12:34-35). Además, “enseñaba diligentemente lo concerniente al Señor”. Pero sus dones no fueron obstáculo para que aceptara humildemente las explicaciones de Priscila y Aquila en cuanto a las verdades que ignoraba. Estuvo dispuesto a escuchar; y su servicio en Acaya, adonde se dirigió después, fue muy útil y de gran provecho.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"