En Corinto Pablo tuvo el feliz encuentro con Aquila y Priscila, una pareja de judíos. Convertidos a Cristo, llegaron a ser particularmente preciosos para el apóstol; hasta expusieron sus vidas por él en circunstancias que no nos han sido relatadas (Romanos 16:4). Corinto era una ciudad famosa por la corrupción moral y por su lujo. El apóstol y sus amigos no quisieron depender de esa riqueza y dieron ejemplo trabajando con sus propias manos (v. 3, comp. 1 Corintios 9:15, 18; 2 Corintios 11:8-9).
Ante la oposición de los judíos, Pablo se desligó de su responsabilidad para con ellos y les declaró que se iría a las naciones (v. 6). Pero en Romanos 9:2-5 vemos cuánto sufría el apóstol por tener que hablarles así. Entonces el Señor dio ánimo a su amado siervo y le reveló que si su pueblo terrenal no respondía a su llamado, él tenía en esa ciudad “mucho pueblo” para el cielo (v. 10). Precisamente en esa ciudad disoluta el Señor se complació en juntar un gran número de creyentes, como lo confirman las dos epístolas que les serían dirigidas. Esto prueba que en esa ciudad donde había tanta abundancia, ni las riquezas ni los placeres podían satisfacer las verdaderas necesidades del corazón de los hombres.