La liberación de la muchacha que tenía espíritu de adivinación acarreó torturas y prisiones a los dos siervos de Dios. Con razón podían pensar que en Macedonia, adonde se les había llamado para ayudar, se les tributaba una extraña acogida (v. 9). Pero en esa oportunidad Pablo puso en práctica lo que recomendaría más tarde a los cristianos de aquella ciudad.
Regocijaos en el Señor siempre
(Filipenses 4:4).
Llenos de heridas, Pablo y Silas pudieron cantar en la prisión. Por supuesto que jamás en esos siniestros muros habían resonado semejantes ecos. ¡Qué testimonio daban esos cánticos a los oyentes! Cuanto más difíciles sean nuestras circunstancias, cuanto más nuestra paz y gozo hablarán a los que nos conocen. Por esa razón, a menudo, el Señor nos envía tribulaciones.
A este fiel testimonio, Dios agregó el suyo liberando a los prisioneros. Temblando, el carcelero exclamó: “Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?”. La respuesta, maravillosamente simple, se dirige a toda alma angustiada: “Cree en el Señor Jesucristo…” (v. 30-31). Y, en consecuencia, el gozo llenó aquella casa.
Después de esa memorable noche, los apóstoles fueron liberados oficialmente y abandonaron la ciudad, después de haber exhortado una vez más “a los hermanos”.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"