Un centurión y un apóstol

Hechos 10:1-24

Este capítulo tiene una gran importancia para nosotros, cristianos pertenecientes a las naciones. En efecto, aquí vemos a Pedro abrir las puertas del reino de los cielos a las naciones (Mateo 16:19). Notemos con qué cuidado y gracia Dios había preparado, por un lado, a su siervo Pedro y, por otro, a Cornelio, con miras al encuentro que tendría consecuencias tan maravillosas para este último como para nosotros. La revelación de Dios halló tanto al uno como al otro en la misma excelente ocupación: la oración. Por la vacilación de Pedro cuando se le ordenó comer del contenido del gran lienzo bajado del cielo, podemos comprender cuán arraigados estaban los prejuicios judíos, aun en los discípulos, y cuál era el espíritu de superioridad de un israelita frente a un pagano. A través de esa visión, Dios quiso enseñar a su siervo a no hacer más diferencias entre un pueblo “puro” y las naciones impuras. Todos, judíos y gentiles, somos pecadores, mancillados y desobedientes, pero todos somos igualmente objetos de una misma misericordia (Romanos 10:12; 11:30-32). ¡Que Dios nos guarde de hacer “acepción de personas” (o de parcialidad, v. 34) al considerar a algunos como menos dignos de recibir el Evangelio! No nos incumbe escoger, sino obedecer.

Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"