La puerta de la gracia, cerrada a los judíos como pueblo de Dios a causa de la muerte de Esteban, se abrió a las naciones. Muchos griegos se convirtieron al Señor (v. 20-21). Jesús había visto de antemano ese fruto de su obra cuando precisamente unos griegos desearon verlo (Juan 12:20-26).
En Antioquía se constituyó entonces una iglesia próspera, en la cual Bernabé y Saulo ejercieron su ministerio durante un año. Allí, viendo el testimonio de esos creyentes, se les dio el nombre de su Señor, llamándolos por primera vez “cristianos”. Es un honor y también una responsabilidad llevar el nombre mismo de Cristo. Pero hoy en día, de la multitud de personas bautizadas que se hacen llamar por el hermoso título de cristianos, ¿cuántas lo son verdaderamente?
El amor fraternal de esos creyentes de Antioquía se manifestó enviando donaciones a los hermanos de Judea, quienes iban a tener que sufrir aún, pues Herodes Agripa I (cap. 12:1) era digno sucesor de su tío Herodes Antipas (Lucas 13:31-32; 23:11 y sig.), y de su abuelo Herodes el Grande (Mateo 2). Su crueldad y el deseo de agradar a los judíos le incitaron a matar a Jacobo, el hermano de Juan, y a echar a Pedro en la cárcel (comp. cap. 12:3; Marcos 6:26).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"