Isaac no sacó provecho de las tristes experiencias de su padre en los capítulos 12 y 20. Puesto a prueba por el hambre, también él va y habita en Gerar; allí, por temor, niega a su mujer y engaña así a Abimelec. Las compañías mundanas nos exponen a las mismas consecuencias: falta de valentía para confesar nuestra relación con Cristo, miedo del oprobio, falso testimonio ante el mundo. Pero, en seguida, leemos una bella página de la historia del patriarca. Para ponerse al abrigo del hambre junto con su familia, siembra, cosecha y Dios bendice su trabajo. Su prosperidad provoca el celo de los filisteos (v. 14). Como en tiempos de Abraham, estos últimos procuran despojar al hombre de Dios del agua necesaria para la vida (cap. 21:25). Esta es provista por los antiguos pozos, figura de la Palabra y de las fuentes de refrigerio espiritual de las cuales gozaron las generaciones que nos precedieron, y de las cuales nosotros mismos tenemos que extraer y beber. Esos filisteos malvados, quienes tapan los pozos con tierra, nos hacen pensar en el enemigo de nuestras almas. Se esfuerza por llenar nuestras vidas con las cosas de la tierra, produciendo cada vez nuevas necesidades en nuestros corazones. De este modo nos despoja de la Palabra divina que nos es indispensable para lograr nuestra prosperidad espiritual.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"