La parábola del hijo pródigo nos presenta en primer plano a un muchacho que consideraba a su padre como un obstáculo para su felicidad y por ello se fue lejos de su presencia malgastando locamente todo lo que había recibido de él. Luego lo vemos, en un país lejano, reducido a la peor desgracia, a la miseria más absoluta. ¿Hemos reconocido hasta aquí nuestra propia historia? ¡Ojalá acabe de la misma manera! Bajo el peso de su miseria, el pródigo volvió en sí, recordó los recursos de la casa paterna, se levantó, tomó el camino de regreso… ¡Y qué final feliz! El padre salió apresuradamente a su encuentro con los brazos abiertos, lo besó; luego hubo una confesión seguida del pleno perdón, los harapos fueron cambiados por el mejor vestido…
Amigo, si usted se convence de su miseria moral, este relato le enseñará cuáles son las disposiciones del corazón de Dios hacia usted. No tema ir a él. Será recibido como ese hijo.
Pero el padre no pudo compartir completamente su gozo. El hermano mayor, que no hubiera vacilado en hacer banquetes con sus amigos mientras su hermano se hallaba perdido, se negó a tomar parte en el festín. Es una figura del pueblo judío obstinado en su legalismo, pero también de todos los que confían en su propia justicia y cuyo corazón está cerrado a la gracia de Dios.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"