Las tres parábolas de este capítulo forman un conjunto maravilloso. El estado de un pecador nos es presentado bajo tres aspectos: el de la oveja, el de la dracma y el del hijo, los cuales estaban perdidos. Así vemos el rescate del pecador cumplido al mismo tiempo por el amor del Hijo (el buen Pastor), del Espíritu Santo (la mujer diligente) y del Padre.
El buen Pastor no solamente busca su oveja “hasta encontrarla” (v. 4; comp. con el final del v. 8), sino que luego la carga sobre sus propios hombros para llevarla a casa.
Como la dracma (pieza de moneda con la efigie del soberano que la emitió), el hombre es hecho a la imagen del que lo ha creado. Pero perdido, ¿para qué podía servir? Se volvió inútil. Entonces el Espíritu Santo, encendiendo “la lámpara”, se puso manos a la obra diligentemente y nos encontró en medio de las tinieblas y del polvo.
Cada parábola menciona el gozo del legítimo dueño, un gozo que busca ser compartido. El de Dios encuentra eco en los ángeles. Los oímos cantar en el momento de la creación (Job 38:7) y al ser anunciado el nacimiento del Salvador (cap. 2:13). Pero también hay gozo en el cielo “por un pecador que se arrepiente”. ¡Cuán grande es el precio de un alma a los ojos del Dios de amor!
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"