La parábola de los labradores malvados ilustra el terrible estado del pueblo y de sus malos conductores. Dios esperaba fruto de su viña, Israel. “La había cercado y despedregado y plantado de vides escogidas; había edificado en medio de ella una torre, y hecho también en ella un lagar; y esperaba que diese uvas, y dio uvas silvestres” (Isaías 5:2). Pero los judíos (y los seres humanos en general) no solo demostraron su incapacidad para producir fruto, sino un espíritu de odio contra el legítimo Dueño de todas las cosas. Además desconocieron a sus siervos, los profetas. Aquí se preparaban para expulsar, ¡y de qué manera!, al Heredero mismo, a fin de quedarse como únicos dueños de la heredad, es decir, del mundo (1 Tesalonicences 2:15). El Señor llevó a los sacerdotes y a los fariseos a pronunciar su propia condenación. Cuando les preguntó «el Señor de la viña, ¿qué hará a aquellos labradores?» contestaron: “A los malos destruirá sin misericordia, y arrendará su viña a otros” (v. 40-41).
Luego Jesús les enseñó que Él mismo es la “piedra… cabeza del ángulo” que Dios había puesto en Israel. Los edificadores (los jefes del pueblo) la desecharon (Salmo 118:22-23), pero Él ha llegado a ser “la principal piedra del ángulo, escogida y preciosa”, de una “casa espiritual”: la Iglesia, y “piedra de tropiezo, y roca que hace caer” para los desobedientes (1 Pedro 2:4-8).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"