La pregunta «quién sería el primero y el último en el reino de los cielos», cuestión que tanto preocupaba a los discípulos, está ilustrada por una nueva parábola. Tal vez nosotros estaríamos bastante dispuestos a ponernos del lado de los obreros descontentos y hallar injusta la manera de obrar del padre de familia. Pero consideremos este relato más de cerca. Los obreros que empezaron a trabajar por la mañana habían convenido con el propietario en un denario por día (v. 2, 13). Ese era el precio en que estimaban su trabajo. Por el contrario, los que fueron contratados más tarde se fiaron del dueño de la viña para que les pagara “lo que sea justo” (v. 4, 7). Y no lo lamentaron. En el reino de los cielos, la recompensa nunca es un derecho. Todos somos siervos inútiles, según Lucas 17:10; nadie merece nada. Todo depende de la gracia soberana de Dios y cada uno recibe lo necesario, independientemente de su trabajo. Por otra parte, los obreros de la undécima hora, ¿no son en realidad los menos favorecidos? No tuvieron la oportunidad y el gozo de servir a este buen Amo durante la mayor parte del día. En la historia de los designios de Dios, los primeros obreros que convinieron con el padre de familia representan a Israel bajo el pacto, los de la undécima hora nos hablan de las naciones, objetos de la gracia de Dios.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"