Sobre un asunto particularmente íntimo y solemne, el Señor buscaba la comprensión de sus discípulos: los sufrimientos y la muerte que le esperaban en Jerusalén. ¡Vaya! La madre de Santiago y Juan escogió este momento para hacerle una petición egoísta. Se sentiría orgullosa de ver a sus hijos ocupando los primeros puestos en el reino del Mesías. ¡Y los diez discípulos restantes manifestaron su indignación! Quizás no porque la petición fuera enojosa e inoportuna, sino porque cada uno ambicionaba secretamente ese alto puesto (Lucas 22:24). Después de todo lo que Jesús les había dicho, después de haber colocado a un niño en medio de ellos, ¿no habían entendido ni recordado nada? ¡No los juzguemos! ¡Cuánta dificultad tenemos para aprender nuestras lecciones, las mismas lecciones! ¡Cómo nos parecemos a ellos!
Entonces, sin un reproche, con una paciencia infinita, Jesús prosiguió su enseñanza. Y esta vez la sustentó con su propio ejemplo mediante el versículo 28, tema eterno de adoración de los redimidos.
Siguiendo con su misión de siervo, en el camino que subía a Jerusalén, Jesús sanó a dos ciegos en la puerta de Jericó. Subrayemos la loable insistencia de ellos y la infinita compasión del Señor.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"