Jesús explica cómo deben arreglarse los agravios entre los hermanos (v. 15-17). Y podemos relacionarlo con su maravillosa enseñanza concerniente al perdón (Efesios 4:32; Colosenses 3:13), según su respuesta a Pedro, quien le preguntó cuántas veces debía perdonar a su hermano: “No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete” (v. 22). Pero también es la oportunidad para retomar el tema de la Iglesia, dándonos esta promesa de capital importancia:
Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (v. 20).
De esta presencia procede todo lo que necesita aun la más débil reunión de creyentes congregados en el nombre de Jesús. ¿Podría faltar la bendición cuando Aquel que es la fuente de ella está allí en medio de los que cuentan con Él? Aquí esta promesa está especialmente ligada a la autoridad conferida a la Iglesia (atar y desatar) y a la oración de dos o tres, a la cual todo le es otorgado. ¡Pero cuántos menosprecian la importancia de las reuniones de oración!
La parábola del esclavo que debía diez mil talentos (una suma excesiva) nos recuerda la deuda incalculable que Dios nos perdonó en Cristo (Esdras 9:6). ¿Qué son al lado de ella las pequeñas injusticias que tenemos que soportar? El perdón divino del cual hemos sido objetos nos hace responsables de ejercitar la misericordia.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"