El mundo se complace en lo que es grande. Los discípulos no escapaban a este espíritu. Deseaban saber quién sería el más grande en el reino de los cielos. El Señor les contestó que primeramente era necesario entrar en él, y por el contrario, para ello era menester ser pequeño o humilde. Con el fin de grabar esta enseñanza en sus mentes, llamó a un niño y lo puso en medio de ellos. Seguramente que a nuestro alrededor hay niños. Ellos también están cerca de nosotros como ejemplos vivientes de confianza y simplicidad. Guardémonos de menospreciarlos a causa de su debilidad, ignorancia o ingenuidad. Y sobre todo cuidémonos de hacerlos tropezar en su fe. El mal ejemplo de un mayor es la peor de las trampas para los menores. Jesús repitió aquí lo que ya había dicho en cuanto a las ocasiones de caer (v. 8-9; comp. 5:29-30).
Muy lejos de desdeñar a estos pequeños, Dios responde a su debilidad con cuidados particulares. Los ángeles están especialmente encargados de velar por ellos. Y no olvidemos que Jesús vino para salvarlos a ellos también (v. 11); todos los que mueren sin alcanzar la edad de la responsabilidad, se benefician de su obra. La parábola de la oveja perdida nos muestra cuánto vale para el Buen Pastor una sola ovejita.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"