Como un embajador que precede a un alto personaje, Juan el Bautista proclamaba la inminente venida del Rey. Pero este no podía gobernar en medio de un pueblo indiferente a su estado pecaminoso. La predicación de Juan era, pues, un llamado al arrepentimiento. En cambio, a los fariseos y a los saduceos que venían a su bautismo con su propia justicia les anunciaba el juicio.
Podemos comprender que Juan se haya desconcertado cuando Aquel cuyo calzado no se estimaba digno de llevar (v. 11) se presentó para ser bautizado por él. Pero en el versículo 15 oímos la primera palabra pronunciada por Jesús en este evangelio: “Deja ahora, porque así conviene”. El hombre solo supo hacer el mal; desde entonces convenía dejar que Dios actuara en Cristo para que se cumpliese “toda justicia”. “Entonces le dejó”, se dice de Juan, aunque fue él quien lo bautizó. A nosotros también nos conviene dejar actuar al Señor. Luego Jesús subió del agua; no tuvo ninguna confesión que hacer, pues “no hizo pecado”. Los cielos se abrieron para dar un doble testimonio: el Santo Espíritu descendió sobre Él, como el aceite de la unción que antiguamente designaba al rey (1 Samuel 16:13). Al mismo tiempo Jesús recibió de su Padre una maravillosa palabra de amor y aprobación.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"