Si el cántico de Débora y Barac atribuye justamente el honor de la victoria a Jehová, cada tribu involucrada en el asunto también debe recibir la alabanza o la reprobación según corresponda. Algunas de esas tribus tomaron una parte activa en los combates. Por ejemplo, Zabulón y Neftalí expusieron sus vidas (comp. con Romanos 16:4 y Filipenses 2:30). Otras, al contrario, por cobardía o pereza, no se comprometieron. Entre ellas, dos tribus y media: Rubén, a pesar de sus “resoluciones de corazón” y vacilaciones, se quedó con sus rebaños que le fueron piedra de tropiezo al incitarle a establecerse al otro lado del Jordán (Números 32). Lo mismo ocurrió con Galaad (Gad y Manasés; Jueces 5:17). Dan y Aser, retenidos por sus negocios y sus quehaceres, no dejaron ni los barcos ni los puertos. El Señor no puede valerse de los indecisos, como tampoco de la gente demasiado ocupada. En un momento u otro tenemos la oportunidad de mostrar lo que es prioritario en nuestra vida: ¿son los intereses del pueblo de Dios, el bien de la Asamblea? ¿O nos parecemos a aquellos de quienes el apóstol Pablo debía decir con tristeza que buscaban "lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús ?" (Filipenses 2:21).
Al comparar nuestro versículo 12 con el Salmo 68:18 citado en Efesios 4:8, discernimos en él a Cristo vencedor, liberando a los prisioneros de Satanás y luego subiendo triunfante al cielo.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"