A punto de separarse del pueblo, el hombre de Dios deja hablar a su corazón lleno de afecto. Ya no es hora de exhortaciones; se despide de aquellos que ama, y su último mensaje es una bendición (comp. Lucas 24:50). Moisés es el digno representante de un Dios que ama “a su pueblo”, y todos sus santos están “en su mano” (v. 3). Seguridad completada por la promesa del Señor Jesús:
Nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre.
(Juan 10:29)
Comparando la bendición de Moisés con la de Jacob en Génesis 49, percibimos algunas diferencias llenas de instrucción para nosotros. Según el testimonio de su propio padre, Leví era un hombre violento y cruel. Pero Dios, a causa de la fidelidad de sus hijos (Éxodo 32:26), hace de él un “siervo favorecido” y le confía las tareas del santuario. Benjamín era “lobo arrebatador” (Génesis 49:27), mas por gracia llega a ser “el amado de Jehová”; y ese “lobo” ocupará el lugar de la oveja extraviada, porque dice:
Entre sus hombros morará.
(v. 12; Lucas 15:5)
¡Así de completa es la transformación que el Evangelio produce en aquel que lo recibe! Esta fue la experiencia de Saulo de Tarso, quien precisamente pertenecía a la tribu de Benjamín y pasó de ser un apasionado perseguidor a un fiel testigo y siervo del Señor (1 Timoteo 1:12-13).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"