Dios juzga la responsabilidad de cada uno de los culpables y anuncia su triple sentencia. A la serpiente le dice que “la simiente” de la mujer (Cristo), le herirá la cabeza, o sea que destruirá su potencia.
Tan pronto como el pecado entra en el mundo, Dios hace conocer el remedio que tenía ante Él. A la mujer le quedan reservados los sufrimientos de la maternidad; en cuanto al hombre, el trabajo penoso será su parte hasta que se cumpla para unos como para otros la sentencia inevitable:
Porque la paga del pecado es muerte.
(Romanos 5:12; 6:23)
La fe en el Redentor prometido permite a Adán responder a esta condenación de muerte llamando a su mujer Eva: vivir. A su vez, Dios responde a esta fe substituyendo el delantal de los recursos del hombre por túnicas de pieles; esto nos enseña una verdad capital: la única justicia con la que el hombre se puede ataviar es aquella con la que Dios mismo lo vistió.
Pero, así como esta túnica era la piel de una víctima, la justicia con la cual Dios cubre al pecador es la de Cristo, el Cordero sacrificado.
¡Cuán consolador es comprobar que Dios no expulsa al hombre del jardín antes de haberle revelado bajo una forma figurada sus pensamientos de gracia y salvación!
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"