Balaam, que ya ha obtenido libertad para ir adonde quería, desearía que Dios le permitiera decir lo que él quiere decir. Pero a pesar suyo, y a la ira de Balac, sus cuatro discursos sentenciosos se cambian por gloriosas bendiciones. Tal es también el efecto final de las presentes acusaciones de Satanás contra los redimidos del Señor (Apocalipsis 12:10). Tal como nos lo enseña la historia de Job, Dios permite que semejantes ataques se conviertan en bien para los suyos. Notemos que todo sucede en el monte, mientras el pueblo que está en la llanura lo ignora; desconoce tanto las intenciones funestas del enemigo como la manera en que Dios las hace fracasar.
“Este pueblo habitará solo” (v. 9, V. M.); este es el primer carácter de Israel, a saber, ser un pueblo separado para Dios. Lo mismo sucede con la verdadera Iglesia y con cada creyente. El cristiano está moralmente separado de un mundo juzgado. Está separado para el Señor.
Muera yo la muerte de los rectos, y mi postrimería sea como la suya,
(v. 10)
desea Balaam. Pero para morir como los hombres justos es preciso haber vivido la vida de los mismos. Ahora bien, Balaam, como muchos otros, es un hombre de doble ánimo que intenta servir a dos amos. Profesa temer a Jehová y ofrece el número perfecto de sacrificios, pero al mismo tiempo se deja llevar por las concupiscencias de su propio corazón.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"