Esta última profecía del adivino Balaam comienza por un oráculo sobre sí mismo. ¡Cuán responsable es ese hombre! Según sus propias declaraciones, oyó los dichos de Jehová, sabe la ciencia del Altísimo. ¡Vio la visión del Omnipotente! Muchos que profesan ser cristianos dirán:
Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre?
(Mateo 7:22-23)
Pero compartirán la suerte final de Balaam, porque el conocimiento de las verdades bíblicas no habrá tenido ningún efecto sobre sus conciencias. Tener “abiertos los ojos”, es decir, la capacidad para ver a Jesús, pero no querer hacerlo “ahora”, conllevará a tener que mirarlo mas “no de cerca” en un futuro. ¡Qué porvenir trágico! Eso le sucedió al hombre rico de la parábola que contemplaba atormentado la felicidad de los elegidos (Lucas 16). “Todo ojo le verá” (Apocalipsis 1:7), pero no en las mismas condiciones. ¿Cuándo y cómo verá usted al Señor?
Ante Balaam, el hombre “caído en éxtasis” (v. 16, V. M.), se desarrolla todo un panorama profético. Una estrella brillante lo ilumina: Cristo, el rey de gloria. Su aparecimiento corresponderá al juicio sobre las naciones vecinas de Israel: en primer lugar Moab mismo. Jesús es esta espléndida Estrella de la mañana que anuncia al alba (Apocalipsis 2:28; 22:16 final). Todavía invisible para el mundo, ya ha salido en el corazón del redimido (2 Pedro 1:19 final).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"