En su ingratitud el pueblo se queja y Jehová lo castiga. Pero esta lección no basta. La codicia, condenada por el décimo mandamiento de la ley, se enciende en medio del pueblo influenciado por la gran multitud de “gente extranjera” salida de Egipto con Israel (v. 4; Éxodo 12:38). ¿Dónde están los alimentos que comíamos de balde en Egipto? El pobre pueblo ha olvidado los ladrillos, la paja y lo caro que el opresor le cobraba lo poco que le daba. Esos manjares de Egipto: puerros, cebollas, ajos, etc., por lo general tienen un sabor fuerte que excita el apetito, pero no son nutritivos, y a veces indigestos. La gente de este mundo, ¿de qué alimenta su espíritu? De lecturas y espectáculos a menudo frívolos, atractivos para la carne pero sin beneficio para el alma, los cuales, al contrario, ¡hacen mucho daño!
Israel recuerda aquellos alimentos porque para él el maná ha perdido su exquisito gusto a “hojuelas con miel” (Éxodo 16:31). Ahora tan solo es una torta con sabor a aceite; pronto lo llamarán abiertamente un pan liviano (cap. 21:5). Queridos amigos, si se nos tienta con los “manjares” del mundo, hagámonos cada uno la siguiente pregunta: ¿No será que la Palabra ha perdido su sabor para mí? El Señor Jesús prometió:
El que a mí viene, nunca tendrá hambre
(Juan 6:35).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"