Tal como lo explica el Señor Jesús, no son las cosas que entran en el hombre las que lo contaminan, sino más bien las que salen de él (Marcos 7:15). La distinción entre animales puros e impuros no tiene más que una aplicación espiritual para el cristiano. En este capítulo se toman en consideración cuatro grupos de animales: cuadrúpedos, peces, aves y reptiles. Para ser puros, los primeros debían reunir dos condiciones: rumiar y tener la pezuña hendida. La pureza del creyente depende tanto de la manera de comer (estudiar la Palabra) como de caminar (obedecer la Palabra).
De los peces también se requerían dos atributos: aletas y escamas. Sin aletas, ¿cómo avanzar?, ¿cómo luchar contra la fuerza de la corriente? Y sin escamas el cuerpo queda desprotegido. Resistir a la incitación del mundo, a sus formas de pensar y a sus comodidades es la manera para que un joven creyente pueda mantenerse puro.
Las aves carnívoras y omnívoras eran impuras. Esto nos enseña que si nutrimos nuestra mente con lo que viene de la carne, o aceptamos sin distinción toda lectura y espectáculo que se nos ofrece, inevitablemente quedaremos contaminados. Finalmente se hallan los reptiles y los animales que se les asemejan. Figura del poder del mal. ¡Es cosa abominable! “Aborreced lo malo,” prescribe Romanos 12:9.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"