Figura de la comunión del rescatado con Dios y con sus hermanos, la ofrenda de paz era la única de la cual cada uno recibía su porción. Dios tenía la suya, a saber, la grosura y la sangre que recordaban sus derechos sobre nosotros. Aarón y sus hijos recibían el pecho mecido y la espalda elevada (v. 34), imagen de los afectos y de las fuerzas del rescatado, los cuales pertenecen a Cristo y a los suyos. En fin, el mismo adorador hallaba su alimento. Notemos que la comida de los sacerdotes dependía de las ofrendas de paz. La energía espiritual que el creyente pueda emplear al servicio del Señor depende de la comunión que haya cultivado con él. Las dos epístolas a los Corintios son la confirmación de ello. La primera trata de la comunión, la segunda tiene como tema el ministerio. Nuestro servicio no será útil y bendecido sino en la medida en que seamos nutridos por la perfecta Ofrenda de paz y, según su ejemplo, hayamos entregado nuestro cuerpo como “sacrificio vivo, santo, agradable a Dios” (Romanos 12:1). Este es el secreto para poder discernir, según el mismo capítulo, “cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (v. 2) y cumplirla seguidamente con gozo (v. 3-8).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"