Un israelita escrupuloso siempre podía temer que algún pecado cometido por error se le hubiera olvidado. Y apenas acababa de traer un costoso sacrificio cuando una nueva infidelidad podía exigir otro. Hoy día, a pesar de las certidumbres de la Palabra de Dios, muchos cristianos todavía viven con el mismo temor. Creen que su salvación depende de sus propios y sinceros esfuerzos para apaciguar a Dios, mediante limosnas y penitencias, pero nunca están seguros de que esto sea suficiente. ¡Hasta qué punto eso es desconocer la plenitud de la gracia divina! Pero qué felicidad cuando tenemos la seguridad de que Jesús lo ha hecho todo por nosotros.
Este pasaje distingue los pecados contra Dios (v. 15, 17) de los pecados cometidos contra el prójimo (cap. 6:2-3). A menudo nos preocupamos menos de aquellos que de estos. Tendría que ser lo contrario. Además, en lo concerniente al mal hecho a un prójimo, no solo era cuestión de compensarlo; también se debía traer un sacrificio a Jehová (v. 6; véase Salmo 51:4). Y a la inversa, no bastaba ponerse bien con Dios. El día que el culpable arrepentido ofrecía su sacrificio por el delito, también debía poner en orden su situación para con los hombres (v. 6 fin). Los cristianos de Éfeso, en otro tiempo adictos a la magia y al espiritismo, después de su conversión se apresuraron a quemar sus libros de magia (Hechos 19:19).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"