En los siete primeros capítulos consideramos el tema de las ofrendas; ahora llegamos al del sacerdocio. Si el pecador necesita una ofrenda, el creyente por su parte precisa de un sacerdote para ejercer el servicio que se le ha encomendado. Pues bien, en Cristo tenemos tanto lo uno como lo otro. Él es Aquel que se ofreció a sí mismo, cual víctima perfecta, para ponernos en relación con Dios, y ahora también es Aquel que desempeña las funciones de sumo sacerdote para mantenernos en esa relación. Era, pues, necesario que primero fuera ofrenda antes de ser sacerdote.
En Éxodo 29 encontramos las instrucciones dadas por Jehová a Moisés para la consagración de Aarón y sus hijos. Ahora ha llegado el momento en que esta ceremonia puede celebrarse. Toda la asamblea de Israel es convocada frente a la entrada del tabernáculo de reunión para que presencie y contemple a Aarón revestido de sus vestiduras de gloria y hermosura. Cuánto más grande es la visión que la epístola a los Hebreos, llamada “la epístola de los cielos abiertos”, ofrece a las miradas de nuestra fe. Nos invita a considerar “al apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión, Cristo Jesús”, revestido de los atributos gloriosos de su sacerdocio (Hebreos 3:1).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"