La epístola a los Romanos nos enseña que Dios tuvo que ocuparse de dos cuestiones: la de los pecados (cap. 1 a 5:11) y la del pecado (cap. 5:12 a 8). Tuvo que condenar al árbol tanto como a los frutos, esto es, al pecado en nuestra naturaleza como a los actos producidos por ella. Al exigir una ofrenda por la culpa (el acto cometido) y otra por el pecado (la fuente de este acto), Dios nos enseña que la obra de Cristo responde a estas dos necesidades del pecador.
La ley del sacrificio de paz ilustra las condiciones necesarias para que se realice la comunión cristiana. Se trataba de una ofrenda en acción de gracias (v. 12; 1 Corintios 10:16), de carácter voluntario y gozoso (v. 16; 2 Corintios 8:4), exenta de todo contacto con lo inmundo (v. 21). Se ofrecían los sacrificios por el pecado porque uno no estaba puro. Muy distinto era el caso de las ofrendas de paz; solo participaban en ellas los israelitas que estaban limpios (v. 19). Quienquiera que tocase la carne del sacrificio por el pecado se volvía santo (cap. 6:27), mientras que inversamente toda impureza manchaba la ofrenda de paz. Tenemos cuidado con la limpieza de nuestros alimentos. Velemos aún más para que ninguna impureza de nuestra mente llegue a interrumpir la comunión simbolizada por esta ofrenda.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"